Internacional
Cameron busca votos con un discurso eurófobo y se enfrenta con Barroso
ABC, , 20-10-2014«Mi jefe son los británicos, no Bruselas», responde ante las críticas a su plan para limitar la entrada de inmigrantes de laUE
Pese a haber superado el trago del referéndum escocés, David Cameron, que ha cumplido este mes 48 años, no tiene nada claro que pueda continuar viviendo en el número 10 de Downing Street tras las elecciones del próximo mayo. Y eso a pesar de que está firmando un excelente ejercicio económico, con un crecimiento del 3,1%, que es la envidia de Europa, y el paro por debajo del 6%, un panorama que no se disfrutaba desde los días previos al cataclismo «subprime». Las últimas encuestas sitúan por delante a los laboristas, con un 32% de los votos, a pesar de tener un líder que suscita tan pocas simpatías como Ed Miliband; los conservadores recibirían el 28%; el emergente UKIP, el 19% y los liberal – demócratas del vicepresidente Clegg se despeñan a un 8%.
¿Cuál es el problema de Cameron? Resulta evidente: se apellida Farage, el dicharachero líder eurófobo del Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP), que está cogiendo la ola buena a lomos de un discurso anti inmigración y populista, a veces incluso populachero. Cameron lo sabe y ha llegado a la conclusión de que la única manera de parar a Nigel Farage es empuñar sus propias armas: la bandera contra Bruselas, que también conecta con esa pretensión de orgullo imperial tan inglesa; sobre todo en un momento en que contemplan desde la atalaya de la prosperidad como se estancan Francia, Italia y Alemania.
El primer ministro anunció este domingo, a través de una filtración al «Sunday Times», que quiere poner cuotas a la entrada de inmigrantes no cualificados procedentes de otros países de la UE, en especial de los de reciente incorporación. La fórmula es que se les concedería número de afiliación para trabajar el país solo por un período limitado, a fin de que no se hagan acreedores de todos los derechos de ciudadanía y beneficios sociales. Los conservadores no han aclarado todavía cómo establecerán ese cupo, pero afirman que darán a conocer los detalles antes de Navidad. Cameron ya ha prometido que si gana los comicios a finales del 2017 organizará un referéndum sobre la continuidad o no del Reino Unido en la UE.
Pero los nuevos controles de la inmigración son un claro guiño a los votantes de UKIP, que hace dos semanas, en unos comicios locales adelantados, consiguió entrar en el Parlamento de Westminster por primera vez, arrasando a los «tories» en uno de sus feudos. El próximo 20 de noviembre se celebran unas nuevas elecciones adelantadas, en Rochester y Strood, en las que compite un tránsfuga del Partido Conservador que ha pasado a UKIP. En filas «tories» se murmura que perder ahí sería «una bomba nuclear» de cara a las generales de dentro siete meses. Por eso Cameron de disfraza de Farage (sin pintas, versión Eton y Oxford, eso sí).
Pero contra el cupo se alzó una rotunda voz en contra, y desde el propio corazón de Londres. Durao Barroso, que a finales de mes deja la presidencia de la Comisión Europea y se permite el lujo de hablar claro, condenó los planes de Cameron en una entrevista estelar en la BBC y en un bolo en un importante centro de pensamiento: «No se admitiría un límite arbitrario a la entrada de ciudadanos de la UE. Eso puede ser ilegal», advirtió Barroso, que recordó que la libre circulación es un principio consagrado por el tratado de Roma, un pilar fundacional de la Unión. El político portugués llegó a advertir a Cameron que «puede ofender» a otros socios. Inspirado y libre, hasta parafraseó una famosa canción de The Beatles, «With a little help from my friends»: «¿Podría el Reino Unido conseguirlo [ir bien] sin una pequeña ayuda de sus amigos? Mi respuesta es no».
Cameron respondió al momento desde Essex, donde se encontraba de visita, con gesto muy serio y tono contundente: «Tengo muy claro quién es mi jefe y si quieren que arregle algo y lo que dicen es razonable, lo voy a hacer. Mi jefe es el pueblo británico, no Bruselas». Los conservadores han prometido varias veces que no entrarían al Reino Unido más de cien mil inmigrantes al año, pero en los doce meses anteriores a marzo llegaron 243.000.
La prensa conservadora, curiosamente, critica la nueva vena eurófoba del primer ministro. Es partidaria de reformar el control de inmigrantes, pero alerta de los riesgos de granjearse la enemistad del resto de Europa y a veces recuerda en sus editoriales que en España viven más de 700.000 británicos.
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