No en mi nombre
Deia, , 10-10-2014ES significativa esa campaña organizada en la que participan muchas personas que son musulmanas pero que tienen un gran interés en manifestar que un buen número de las barbaridades que se atribuyen al autodenominado Estado Islámico no tienen que ver con el islam. No en su nombre. Por añadidura, más de 120 eruditos musulmanes han firmado una carta en la que insisten en que islam es paz: “Las decapitaciones con cuchillos es una de las formas más crueles de tortura y está prohibida por la sharia (ley islámica)”. En relación a la minoría cristiana de ese territorio, se dice que “no son combatientes contra el islam sino amigos, vecinos y conciudadanos”, “todos están amparados por antiguos acuerdos que se remontan a hace 1.400 años, por lo que las reglas de la yihad no se aplican”. Finalizan: “Reconsiderad vuestras acciones, desistid, arrepentíos, dejad de hacer daño a otros y regresad a la religión de la misericordia”.
Uno se encuentra muy desconcertado ante ese llamado Estado Islámico y ese califato creado hace ya unos meses. Abu Bakr al – Baghdadi, su líder, vende una imagen terrible del islam con toda esa parafernalia de ejecuciones, secuestros y brutalidades que han llevado al desplazamiento de más de un millón de personas. Ahora bien, no olvidemos que en nuestro mundo hay más de cincuenta millones de personas desplazadas, que es brutal que se ejecute a occidentales, pero quizá esas ejecuciones favorecen sobre todo la campaña para la aceptación de esa gran coalición internacional para luchar contra tal Estado, que tiene, por cierto, un excelente armamento.
Si la organización que lidera este sanguinario proyecto no existía antes de la invasión de Irak, podemos preguntarnos si de aquellos barros vienen estos lodos. ¿Fue sanguinaria la invasión de Irak? ¿Cuántas personas murieron? Se dice que entre 150.000 y un millón. ¡Es tan difícil contar los muertos que no son “de los nuestros”…!
Varias decenas de países quieren frenar esa barbarie en Siria e Irak. La OTAN, esa oscura organización algo más que armada, se encuentra a la cabeza de la coalición, aunque luego, cada país, más o menos presionado por Estados Unidos, hace su aportación de manera diferente. Nadie quiere soldados muertos de su país. Que mueran iraquíes y kurdos. España, por ejemplo, desplazará a Turquía una batería antiaérea con seis lanzadores y unos 130 militares, aunque no con la intención de entrar en el cuerpo a cuerpo de la guerra. Y esta participación, forzada o no por una alianza con otros países, no se realiza en mi nombre, que conste en acta, incluso ahora que parece que la ONU está dando palmaditas en la espalda a esta coalición internacional. Hay algo opaco en todo esto. ¿Por qué tienen armas pesadas los yihadistas? ¿Quién compra su petróleo? ¿Por qué hay una docena de miles de personas extranjeras y más de 2.000 jóvenes de Europa que se enganchan a este proyecto? Ahora tenemos miedo de que vuelvan a casa, como un efecto bumerán, porque si las bombas a kilómetros de distancia significan poco más que el visionado de una película, los atentados en la acera de enfrente de nuestra casa nos ponen la carne de gallina.
Los estados miembros de la OTAN gastan más de un billón de dólares al año en lo que se llama Defensa y se está planteando la necesidad de crear un grupo propio de combate. No en mi nombre. Esos peligrosos estados como Corea del Norte, Irán, Sudán, Siria y ahora el EI suponen menos del 1% de los gastos militares del mundo, mientras que Estados Unidos tiene a su cargo casi la mitad de los gastos militares del mundo. No solo hay asimetría en los gastos militares y en el dominio de los medios de comunicación que, como en toda guerra, se utilizan para defender una idea, sino que hay asimetría en el dolor por las personas muertas. Es insensato lo que hace el llamado EI, pero eso no justifica que determinados países occidentales se atribuyan en exclusiva el oficio de gendarmes del mundo cuando también están batallando por intereses geoestratégicos y económicos. No en mi nombre, al menos.
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