Diario de septiembre

¿Y si dejáramos de hacer que hacemos?

Diario de noticias de Gipuzkoa, Por Eugenio Ibarzabal, 27-09-2014

Se me acerca un amigo y me pregunta que cuándo me voy a jubilar. Le contesto que ni puedo ni quiero. Pone cara de sorprendido. “La calidad de vida también es importante”, me replica.

Es decir, que trabajar y tener calidad de vida son cosas contradictorias. Para muchos, el ocio es tan importante como el trabajo, incluso más, porque la vida parece empezar cuando salimos de trabajar. Para mí, no. No estoy dispuesto a renunciar a esa parte de mi vida. Encontrar un sentido a mi trabajo ha sido y es algo muy enriquecedor para mí.

Cuando yo era chaval, el ocio era lo peor de lo peor y el trabajo una de nuestras señas de identidad. ¿Tanto hemos cambiado?…

Muchas de las veces que a mi cabeza llegan tonterías – y llegan con frecuencia – , me observo desocupado. Una de las mejores cosas en la vida es estar sanamente entretenido. Cuando observo a tantos que se quejan, me pregunto si no será tal vez que tienen demasiado tiempo libre para poder hacerlo.

Observo ansia por jubilarse. Pregunto: “¿Y qué vas a hacer después?” Y me contestan: “Tengo tanto por hacer…”. Añado: “¿Has hecho hasta ahora algo de lo que dices que quieres hacer?”. Si me contestan que no, pienso: “Si hasta ahora no has hecho nada de todo eso, dudo que lo vayas a hacer luego”.

También he observado que, llegado el momento de dejar de trabajar, las mujeres – y pido perdón por la generalización – disponen de muchas más habilidades y recursos que los hombres. Los hombres parecemos abandonarnos antes; observo en algunos la tentación de la comida y, sobre todo, del alcohol. Y el alcohol ya se sabe que es el mejor instrumento ideado para desperdiciar la vida. No es precisamente calidad lo que ofrece.

- El trabajo. No para. Escribe e innova su actividad constantemente, luchando con sus editores, inventando nuevas maneras de presentar sus novelas, observando nuevas formas de mantener relación con el público y sus gentes, pendiente siempre de ellos. Hasta el último momento.

- Su compromiso social. Diciendo lo que piensa y haciendo lo que dice. Gratuitamente. Su ayuda, su dedicación personal y su trabajo para reintegrar a gente desdichada son descomunales. Al final, uno pierde la cuenta de las personas que, estando económicamente necesitadas, viven gracias a él.

- Su firmeza y su rechazo hacia los vagos, los que pudiendo hacer no hacen y los privilegiados que no aprovechan las oportunidades que la vida les ofrece.

- Su afán por sacarle el máximo partido a las 24 horas del día, su lealtad total con los amigos, su capacidad de hacer seis cosas al mismo tiempo.

- Su voluntad para aguantar el dolor físico y poner buena cara, a pesar de todo.

De verdad, pensé al terminar el libro, de mayor quiero ser como él.

Tal vez nos quede lo que no terminamos de hacer: desperezarnos y salir del bloqueo en el que estamos. Una cosa es la austeridad y otra las reformas estructurales y de esto último ha habido más bien poco: la opinión pública no las acepta y la clase política no está dispuesta a quemarse.

Hay que ayudar, dentro de unas reglas claras, fundamentalmente, a dos colectivos: a los que realmente tienen necesidad de ayuda y a los que están dispuestos a comprometerse y crear trabajo. El resto deberíamos dejar de preguntar “qué hay de lo mío”.

Hay países a los que nuestros hijos emigran para encontrar trabajo y países, como el nuestro, a los que las gentes no vienen más que a pasar sus vacaciones. ¿Qué han hecho bien allí que no hacemos aquí?… Una cierta humildad parecería conveniente. Podemos ahogarnos en nuestra propia soberbia porque, y ojalá me equivoque, esto no se mueve. Hay paro porque estamos parados. Y la eurozona no despega. Al contrario.

Sigo la polémica entre el alcalde de Vitoria y SOS Racismo a propósito de las ayudas sociales en Vitoria – Gasteiz. Observo moralina y combate ideológico por ambas partes. Me pregunto: ¿quiénes son unos y otros para hablarnos en términos de moralidad a los demás? ¿Por qué no nos ofrecen simplemente datos?

Este debate podría ser ocasión para formar una comisión independiente de investigación, al margen de los partidos políticos – sí, soy un verdadero ingenuo – , y que respondiera a unas cuantas preguntas de interés.

Más allá de ser inmigrantes o no, ¿hay quienes, hoy, pudiendo trabajar, prefieren y pueden vivir de las ayudas sociales? ¿De qué porcentaje estamos hablando? ¿Eso es mucho o poco? ¿Nos lo podemos permitir? ¿Es verdad que existen familias cuyas tercera y cuarta generación siguen aún viviendo de las ayudas sociales? ¿Por qué semejante fracaso? ¿Es verdad que hay funcionarios que se sienten solos, desprotegidos y con miedo a la hora de tomar decisiones drásticas con respecto al futuro de algunas personas que viven de estas ayudas? ¿Debemos continuar del mismo modo o, a la luz de las conclusiones, adecuarlas, en un sentido u otro?…

Me pregunto qué pasa en Gipuzkoa: no hay un ámbito social en el que no haya bronca. No hay manera de obtener un acuerdo. Menos mal que ante las broncas guipuzcoanas y el victimismo alavés, felizmente, está el ejemplo de los vizcainos, a los que, lejos de criticar, deberíamos preguntar: ¿Cómo lo hacéis para que os copiemos? Lo dice un donostiarra que vive feliz en Gasteiz.

¿Por qué digo que no en Euskadi? Porque el modelo de sociedad final de unos y otros divide radicalmente a los nacionalistas vascos. Divide y paraliza.

Hay muchos nacionalistas que no quisieran ir con los otros ni a heredar. Y esto es válido en ambos sentidos. El temor a una mayoría social que trataría de imponerse a la mayoría electoral me parece, hoy, un argumento decisivo contra el derecho a decidir y la independencia.

Mientras tanto, seguiremos haciendo como que hacemos.

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