El vendedor de banderas

Diario Sur, Ignacio Lillo, 17-09-2014

El vídeo, de apenas unos segundos, corre por las redes sociales. A alguien le pareció gracioso, sin apreciar la metáfora definitiva de la realidad española que se abría fugaz ante la lente de su móvil. Un joven inmigrante subsahariano, o sea, negro como el hollín, vendía banderas en algún lugar de Barcelona durante la Diada. Y las pregonaba, con acento africano inconfundible, al grito de «Independencia, independencia, visca Catalunya». Le importaba un carajo de qué iba todo aquello, pero ese día la peña estaba dispuesta a pagar unos euros por una banderita con rayas rojas y gualdas, con o sin la estrella blanca dentro de un triángulo azul. Si hubiera llovido, habría vendido paraguas. O mecheros a las puertas de una convención de consumidores de cannabis. Su legitimidad era tan profunda como su hambre, que es la mayor de las legitimaciones.

Hay otros que también venden banderas. Uno la ha convertido en un fuerte de tela y se ha atrincherado dentro; con el paño multicolor tapa la vergüenza de haber llevado a la ruina de su nefasta gestión y sus corruptelas al territorio más rico e industrializado de España, a la que ahora culpa de todos sus males. Qué mejor que un presunto enemigo externo y común para que no se hable de las miserias propias, que hunden sus tentáculos como una piovra en todos los eslabones del sistema. Si, de paso, le saca más pasta al Estado; o si pasa a la Historia como el primer president de una Cataluña independiente, pues mejor.

Todavía hay un tercer vendedor de enseñas. Las suyas son diferentes en la forma de las barras aunque con los mismos colores. Este enarbola sobre su mástil una Constitución que entiende y deshace a su antojo. Pero lo peor de este último mercader de símbolos es que, como sastre de rey, se empeña en hacer ver que, en realidad, la bandera ondea tan alta y flamante como siempre. Vamos, que no pasa nada. Y si pasa, pues tampoco pasa nada. Al susodicho le da pavor pasar a la posteridad como el presidente que dejó que España se desmembrara, más por el qué dirán (los suyos) que por las repercusiones reales (económicas, vamos) que tal cambio tendría.

Al final, para lo único bueno que va a servir el pulso de la consulta independentista catalana es para que un pobre inmigrante de Barcelona se saque un puñado de euros en la calle. Vendiendo banderas.

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