"Sé que en el trabajo siempre seré 'El moro'"

Una carta cambió la vida de este hombre que llegó a Euskadi hace 23 años y al que todos conocen como Karim. "No hay nada como Bilbao", dice

El Correo, laura caorsi, 15-09-2014

La llegada de una carta cambió el curso de su vida, aunque no de la manera que esperaba el remitente. En Argelia, en los recién estrenados años 90, recibir un sobre oficial sólo podía significar una cosa: la obligación casi inmediata de enrolarse en el ejército. «La mili se hacía a los veinte años, pero la situación estaba tan mal que empezaron a alistar a chavales más jóvenes. Me escribieron cuando tenía dieciocho años», recuerda Tarek Kherroubi Aoues, un argelino que lleva muchos años en Bilbao y al que todo el mundo conoce como Karim.

«Eso del nombre… es un lío. Mi madre siempre me llamó Karim de manera cotidiana, desde pequeño, y ese fue el apodo que me quedó, aunque en realidad me llamo Tarek. En el trabajo, ahora, a veces ocurre que llaman por teléfono, unos se refieren a mí por el alias, otros por el nombre… y no se ponen de acuerdo sobre con quién están hablando hasta que alguno dice ‘¿Quién va a ser? ¡El moro!’. Es gracioso, pero es un jaleo. Así que hagamos las cosas bien: llámame Tarek», propone, divertido. Sabe que esa expresión – «’El moro’» – no es despectiva en su caso.

«Lo tengo clarísimo – añade – . Me siento muy integrado en Euskadi desde que llegué». Hace 23 años, para ser exactos. «La carta de la mili lo cambió todo. Cursaba mi primer año en la universidad, y mi padre se opuso rotundamente a que me alistara. Éramos humildes, pero lo consiguió. Compró un billete de avión y me sacó del país, rumbo a Europa». Su primer destino fue Francia, donde tenía algún familiar y, además, controlaba mejor el idioma.

Sin embargo, no se adaptó y decidió venir a Bilbao. «No fue una casualidad: cuando era pequeño, había una señora vasca que me cuidaba allí, en Argel. Y al marcharme del país, una de sus hijas me dijo que me fuera a Euskadi. Lo tenía en mente. Por eso vine, haciéndole caso. La verdad es que tenía razón. Por el trabajo, he vivido en otras ciudades, incluso en otros países. Pero no hay nada como esto. Llegué cuando la ría era marrón, cuando había muchas fábricas… y aún así me gustó. Hoy repaso estos años y me siento muy feliz y orgulloso. Sobre todo, cuando comprendo cómo empecé y cómo estoy ahora».

Ese «ahora» al que se refiere Tarek se despliega en diferentes direcciones. Incluye a su mujer, que es de aquí, con la que lleva casado muchos años. Incluye a su hija, que este año ha comenzado a estudiar enfermería y le hace sentir que todos los esfuerzos han valido la pena. E incluye también al trabajo, a los empleos que ha tenido y, en especial, al más reciente, en el puerto. Tarek es autónomo, mueve contenedores en Santurtzi y, además, es miembro de la unión de los Transportistas del Puerto de Bilbao (ATAP), una asociación que se creó en mayo de este año y que reúne a más del 85% de los transportistas que trabajan allí y que, como él, son autónomos.

«Me decía ‘¿qué haré?’»

«He tenido muchos empleos desde que llegué. Creo que la necesidad te empuja a espabilar y a trabajar de lo que haga falta. Si salía una vacante de soldador, me animaba y aprendía el oficio. Si encontraba algo en una fábrica, o en la hostelería, lo mismo. Pero donde más he trabajado ha sido en la obra. Dediqué muchos años a la construcción, hasta que reventó la burbuja y empezó la crisis. Me quedé sin curro. Cobraba el paro, pero sabía que se iba a terminar. Le daba vueltas y vueltas a eso. No dejaba de preguntarme ‘qué voy a hacer’. Esa experiencia es terrible. Cualquiera que la haya vivido lo entiende», advierte.

Pero Tarek consiguió sobreponerse al embate. «Se lo debo a mi mujer, que es la hostia – dice – . Un día vino y me dijo que tenía que reciclarme. ‘Aprende algo nuevo. Sácate el carné’, me aconsejó. Y le hice caso. Antes de agotar el paro, me apunté a una autoescuela, obtuve la licencia para conducir remolques de dos ejes y, luego, un tráiler. En ese momento, surgió lo del puerto, gracias a dos amigos que trabajaban allí y que, realmente, son como hermanos. Practiqué con sus camiones, me ayudaron mucho y siempre les estaré agradecido», reconoce hoy, que ya lleva tres años moviendo depósitos en el puerto.

«Cuando necesitas trabajar, aprendes lo que haga falta – insiste – . Pero debo decir que estoy encantado con mi empleo. Me gusta lo que hago, me encanta el ambiente y me llevo bien con mis compañeros. Obviamente, en todos los sitios hay gente para todos los gustos y nunca falta alguien que te vacile, aunque conmigo siempre ha sido la excepción. Creo que me ha ayudado mucho el no arrodillarme jamás, ni trabajar por menos, sólo por ser extranjero. Y, sin duda, ha contribuido que mi pareja sea de aquí. De alguna manera, eso se percibe como una señal clara de que te has integrado».

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