El aumento de la población de origen musulmán en Cataluña no ha pasado inadvertido para quienes cultivan el independentismo de manera extensiva e intensiva. En poco más de una década, este sector de la población ha pasado de 70.000 a 500.000 personas en la comunidad autónoma, cifras demasiado golosas para una clase política que no deja de buscar caladeros en los que propagar su nueva fe. Las terminales del separatismo llevan tiempo adoctrinando en el credo nacionalista a los inmigrantes de origen musulmán, peones de una batalla en la que es necesario que hagan bulto, primero como figurantes, y llegado el caso, como votantes de cualquier iniciativa secesionista. La presunta identidad nacional catalana, forjada durante siglos, admite adhesiones de última hora. Todo es bueno para el convento, aunque proceda de la mezquita.