Córdoba / PERDONEN LAS MOLESTIAS
UN LENGUAJE UNIVERSAL
ABC, , 05-09-2014Kilema vive en Encinarejo y dinamita los prejuicios racistas con su sentido común. «La música habla el mismo idioma», sostiene
EL racismo, por lo general, es la enfermedad del ignorante. Tomado el término en su doble acepción. En la del ser humano sin formación adecuada y en la del que no tiene noticia de algo. Este último caso es el más flagrante. El tipo que odia a los negros y no se ha sentado nunca con uno para tomar un café. O el que desprecia a los rumanos y solo tiene información de ellos por los recortes de prensa. Así se expande el racismo y la xenofobia: a lomos del desconocimiento y el prejuicio. O peor: cabalgando sobre el miedo al otro y el sentido de superioridad. Un sentido particularmente estúpido, por lo demás.
Es como si a usted le pisa el callo un pelirrojo y desde ese día decreta que los pelirrojos no son gente de fiar. Usted dirá que este es un argumento falaz. Y, en efecto, lo es. El racismo es un mecanismo falaz. Un sistema de asociación mental inmediato que nos previene de un peligro irreal. Si un alopécico nos roba la cartera llegamos a la conclusión de que todos los alopécicos son carteristas. En consecuencia, debemos preservarnos frente a ellos.
Y así, por ese falso conducto, convenimos que es preferible que nos atraque un conciudadano a que lo haga un señor con un color de piel distinto al nuestro. Resulta más patriota. La cultura dominante está plagada de necedades como la que le acabamos de indicar en estas líneas. Ideas ridículas que, sin embargo, refuerzan la autoestima colectiva y fortalecen la cohesión geográfica. Nosotros y los otros. Blancos y negros. Cristianos y musulmanes. Y así hasta donde usted pueda imaginar.
Una idea estúpida, por ser estúpida, no impide que prospere. De hecho, el racismo y la xenofobia avanzan en la Europa del racionalismo como una mancha de aceite. No hicimos la revolución ilustrada en el siglo XVII para que ahora la ignorancia y los miedos atávicos se apropien de nuestros cerebros. El racismo es un impulso primario alimentado por el miedo. El miedo al otro. El miedo a lo desconocido. El miedo al diferente. El miedo.
No hace mucho, por ejemplo, vecinos de un pueblo de Córdoba (de cuyo nombre no quiero acordarme) protestaron airadamente para que no abrieran un centro de atención a temporeros foráneos junto a sus casas. Los temporeros venían a trabajarle sus tierras. O las de sus cuñados. Qué más da. Pero los vecinos de marras, que antes de ayer fueron emigrantes en Francia o en Bélgica, cualquiera sabe, ahora no querían extranjeros en sus barrios.
Hace dos semanas trajimos a estas páginas a Kilema. Un malgache nacido en Madagascar que ha encontrado un lugar en el mundo en Encinarejo. Kilema dinamita todos los prejuicios racistas con su sonrisa de punta a punta. Y con un sentido común que podríamos denominar planetario. Nos abrió la puerta de casa y nos mostró sus decenas de instrumentos de cuerda traídos de todos los confines del globo terráqueo.
Kilema es músico. Y lo que dice acerca de la música bien podría ocupar un estante junto a los principios universales acuñados por Arquímedes o Descartes. La música, afirma, habla el mismo idioma. Una lengua común que lo mismo vincula a un malgache que a un congoleño o a un británico. El teorema es simple pero demoledor. Y ha tenido que venir a recordárnoslo un tipo que viene de muy lejos y, en cambio, lo sentimos muy cerca. Justo lo contrario que muchos de nuestros vecinos.
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