"Me gustaría que también se contara lo bueno de mi país"

"Bilbao es una ciudad encantadora, con gente muy educada, que me ha dado la posibilidad de emprender y salir adelante", dice Giraldo, que llegó hace 13 años

El Correo, laura caorsi, 01-09-2014

Lo primero que vio de Bilbao fue la estación de Termibus. Allí lo esperaba un amigo, colombiano como él, que se había venido a Euskadi sólo un par de semanas antes. «Fue en diciembre de 2001, el último año en que podíamos viajar sin visado. Mi amigo vino porque su hermano residía aquí. Quería probar suerte y me sugirió intentarlo también». Para él, que por aquél entonces atravesaba un momento complicado, la invitación fue una especie de ‘ahora o nunca’. Lo meditó, evaluó los pros y los contras… Y aceptó. El 23 de diciembre de ese año, apurando al máximo el calendario, su avión aterrizaba en Barajas.

No fue una decisión sencilla. «La primera Navidad fue muy triste porque dejé tres hijos en Colombia», recuerda Jaime Giraldo que, sin embargo, hoy siente que atinó con el cambio. «Fue muy duro para todos, pero ha merecido la pena. En mi país yo trabajaba para una multinacional del café. Me gustaba el empleo, pero vendieron la compañía y empezaron los cambios. Redujeron personal, me ofrecieron un traslado de ciudad… Yo justo estaba terminando la carrera y decidí dar prioridad a mis estudios». Se graduó en Administración de Empresas y se convirtió en un licenciado sin empleo.

Ante este panorama, el ofrecimiento de su amigo se presentó como un balón de oxígeno. Por eso aceptó. «Contactamos con una empresa de limpieza y, pocos días después, empezamos a trabajar. Fue el 2 de enero, justo después de las fiestas. El dueño de la empresa se portó muy bien con nosotros; quería tener todo en regla y enseguida se preocupó por hacernos los papeles. Hicimos los trámites, presentamos el contrato de trabajo… todo. Pero aquello tardó años». Un lustro en el que Jaime logró afianzarse y establecerse, pero sin derecho a algo tan simple como volver a su país.

«Si volvía, lo perdía todo. Así que pasé esos años en oficinas, presentando papeles y trabajando mucho, pero sin ver a mis hijos», recuerda. Curiosamente, no fue la vía ordinaria, sino una excepcional, la que le permitió obtener, «por fin», su permiso de trabajo y residencia. «Fue la ley de regularización de Zapatero. Mi abogado me dijo que sería más rápido intentarlo por ese camino que por el tradicional, y así fue. Gracias a esa ley, obtuve mi documentación y volví a ver a mis niños».

La posibilidad de emprender

Mientras los trámites burocráticos seguían su curso, Jaime se centró en trabajar. «Tenía que currar muchas horas para reunir un buen sueldo», cuenta y ofrece algunos detalles: «Estaba en la empresa de limpieza y a eso le sumé un empleo de verano como ayudante de cocina. En el restaurante veían que lo hacía bien, así que fui progresando y me pasaron al comedor, como camarero. Los fines de semana también trabajaba, en un centro comercial. Como digo, había venido a eso».

Con el tiempo, llegaron los ‘papeles’ y también empezó a conocer más gente. Recibió una oferta laboral muy buena, regentando el restaurante de un amigo, y así decidió asociarse y lanzarse por su cuenta con una tienda de alimentación y un locutorio. «Con el tiempo, mi socia y yo decidimos seguir caminos separados, así que ella mantuvo la tienda y yo me quedé con el locutorio, donde trabajo desde hace seis años». Administra su propia empresa y, además, conoce de cerca las historias de decenas de personas que, al igual que él, vinieron a labrarse un futuro.

«Es impresionante porque, aun con la crisis, la gente sigue buscándose la vida y ahorrando para ayudar a sus familiares que están lejos. Quizá no envíen tanto dinero como antes, pero siguen haciendo el esfuerzo. No se pueden permitir dejar de hacerlo», relata. Sin embargo, «a veces se pierde de vista el sacrificio de la gente honrada y sólo se ve lo negativo», lamenta. «De Colombia sólo se conoce el narcotráfico y la guerrilla. Yo nunca vi cocaína en mi vida, ni a un guerrillero. Sólo por la tele. Pero esas son, lamentablemente, las cosas por la que se conoce a mi país. Siempre la cocaína, no el café», reflexiona.

«Por supuesto que allí hay mucho para mejorar. Yo he vuelto varias veces y duele lo que ves, lo que sucede, la inseguridad. Duele que sea tan diferente al País Vasco. Bilbao es una ciudad encantadora, es muy tranquila y la gente es educada y respetuosa. En estos años han venido mis hermanos, mi familia, y todos hemos podido emprender un negocio. Todos tuvimos la oportunidad de trabajar y salir adelante – reconoce agradecido – . Me gustaría que mi tierra también siguiera el mismo camino, pero sin desmerecer las cosas buenas que ya hay y que nunca se difunden. Nunca se cuentan las buenas historias».

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