Internacional

El mundo en una calle: Bedford Avenue

ABC, javier ansorenacorresponsal en nueva york, 30-08-2014

La avenida más larga de Nueva York es un espejo de la ciudad en el que se mezclan diferentes culturas y comunidades

Nueva York la vivo en bicicleta. Uno de mis destinos favoritos es la playa (sí, aquí hay playa) de Fort Tilden, en la parte Sur de Queens, pegada a Brooklyn. Es una antigua zona militar, ajena a la expansión inmobiliaria y a las familias numerosas. Siempre recorro Brooklyn por Bedford Avenue, en lugar del camino más rápido, por Flatbush Avenue, donde hay que jugarse el pellejo con camiones de reparto, dollar vans (taxis – furgonetas ilegales), autobuses y muchos coches.


Bedford no es la avenida más importante de Brooklyn (otras arterias de tráfico y comercio más importante son Atlantic, Ocean o la propia Flatbush), pero sí la más larga. Y, sobre todo, la más interesante.


Bedford es un espejo alargado y rectilíneo de Nueva York. En el ritmo lento de la bicicleta la vista atrapa y suelta identidades y culturas, que se suceden, superponen y se dan la espalda en los más de 16 kilómetros de avenida.


Media hora después de pedalear desde Fort Tilden llego a la intersección entre Bedford y el mar Atlántico, en la bahía de Sheepshead.


Aquí empieza, o acaba, según se mire, la avenida Bedford. Enfilo hacia el Norte y la brisa salina del mar desaparece casi de inmediato. El barrio ruso se salpica de pakistaníes sentados sobre el capó de un coche, chinos de tertulia en la escalera de un edificio. No hay orden arquitectónico: hay casas bajas, pequeños bloques de viviendas, adosados con barandillas relucientes. Los latinos se mezclan con los negros en una de las plazas para jugar a «handball», una especie de juego de frontón. La pelota golpea en un muro tatuado con nombres de bomberos, policías y personal médico fallecidos en los ataques del 11 – S.


Durante varios kilómetros, Bedford es una línea recta, sin un leve desvío. Las manzanas son equidistantes, las letras siguen cayendo (avenida M, L, K). La mente se acostumbra a este sopor suburbial, cuando, al pasar el Brooklyn College, a la altura de la avenida H, se sienten los cambios. Las mansiones son en su mayoría de estilo victoriano, pero algunas tienen un aire desgastado. Hay barandas y escalinatas desconchadas, céspedes amarillentos. Alguna casa ha sido abandonada. A esta altura la población es sobre todo afroamericana.


Cuando Bedford se acerca al puente de Williamsburg, todavía dentro del barrio jasídico, se ven algunos «projects» aislados, habitados por afroamericanos y por inmigrantes dominicanos y puertorriqueños. Así es Nueva York: el recato máximo y las carnes rotundas en camiseta de tirantes, puerta con puerta.


La de Williamsburg es la segunda comunidad jasídica más grande de Nueva York, después de la de Borough Park, también en Brooklyn. Pero la que estoy a punto de dejar atrás es más sorprendente, porque está a las puertas del icono de la «gentrificación», de lo hip, de la creatividad domesticada. Cuando se pasa su puente, Williamsburg convierte la avenida Bedford en una pasarela para los modernos con pasta, gente de la moda y la publicidad, estudiantes de universidad privada, expatriados europeos y financieros y abogados atrevidos.


Bedford acaba, o empieza, según se mire, en el parque McCarren, el patio de recreo «hipster», si la palabra todavía tiene algún significado. Después de haber pasado comunidades rusas, judías, caribeñas, afroamericanas, latinas, jasídicas, la legión de modernos con pantalón estrecho parece lo menos auténtico del viaje. Pero igual de interesante.

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