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«Lo que más impresiona es ver a los inmigrantes en la valla»
ABC, , 24-08-2014La familia de un funcionario vallisoletano, que pasa los meses de verano en Melilla, es testigo de los saltos masivos, pero también de la buena convivencia entre religiones y culturas
Ana V. F. llegó a Melilla hace mes y medio. No es corresponsal de un medio, ni pertenece a una ONG. Simplemente ha decidido pasar los meses de verano con su marido, un miembro de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado destinado en esta ciudad española del continente africano. Por eso, cuando sus dos hijos de diez y ocho años finalizaron sus clases en un colegio de Valladolid, hicieron las maletas y se trasladaron a uno de los puntos más calientes del verano. Allí, con sol y playa, los días pasan como si de cualquier ciudad costera se tratase, aunque la valla que cierra la ciudad y el helicóptero nocturno descubren el foco de la noticia.
Tampoco se puede hablar de normalidad si se tiene en cuenta que estos días no es posible comprar un billete de avión para la Península, ya que son fechas en las que muchas personas pasan, legalmente, de un continente a otro, hasta el punto que también hay cierto desabastecimiento en los supermercados, como ocurre, por ejemplo, con los yogures. «Nosotros hace meses que teníamos los billetes e, incluso, ya tenemos comprados los de Navidad», asegura Ana. Lo cierto es que la situación que se vive en Melilla difiere en cierta forma de lo que se percibe a través de los medios. «Que nadie piense que con cada oleada de inmigrantes se les puede ver después por las calles de la ciudad», insiste esta joven vallisoletana, mientras explica que sólo cuatro o cinco van a la ciudad a limpiar coches para conseguir un dinero. «Nos enteramos por el helicóptero, que puede estar toda la noche volando, y por las noticias, pero no ves inmigrantes, porque hacen su vida en el CETI (Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes), detalla.
Eso no quiere decir que no les haya podido ver fácilmente subidos a la valla durante horas, más que nada porque la alambrada rodea toda la ciudad, hasta el punto de que corta la playa y una parte es España y otra Marruecos. «Es lo que más me ha impresionado, porque una cosa es verlo en televisión y otra estar aquí y ver de lo que son capaces por entrar en otros países y jugarse así la vida».
No obstante, asegura que «hay sentimientos encontrados: de tristeza, porque están jugándose la vida y piensas en lo que habrán vivido por el camino, pero también reconoces que ésto no puede ser un coladero continuo y que nadie haga nada». Ana tampoco olvida que hay otra parte en todo este conflicto, la de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. «En televisión siempre se ve el salto a la valla pacífico, pero no cuando tiran ropa incendiada a los guardias civiles o les tiran piedras o cuchillos…Eso no se ve y aquí la gente sí lo sabe porque nos conocemos todos y ves lesionados», apunta, mientras recalca que «siempre parece que en Melilla hacemos las cosas por las bravas, pero hay otra realidad que no se acaba de ver».
Y también están los niños, cuya percepción siempre es más real y al mismo tiempo más inocente; por eso, «cada uno interpreta lo que ve de forma diferente: la mayor, de diez años, se entristece, porque ya entiende lo que está pasando, pero el pequeño pregunta por qué esas personas no pueden entrar por la puerta o por qué no las dejamos pasar». También los agentes de la Guardia Civil tienen lo suyo: «Son los primeros que los recogen y los que pasan el peor trago».
Durante este verano, se han producido varias oleadas de inmigrantes que han intentado saltar la valla y muchos de ellos lo han conseguido, lo que ha abarrotado el CETI. Es, precisamente, este hecho lo que produce una situación, cuando menos, extraña y sospechosa, ya que cuando se hace un traslado a la península y el CETI queda vacío, en dos o tres días vuelve a haber otro salto, «como que alguien estuviese avisando». «Pero éste no es un problema sólo de España, sino más global y Europa tiene que tomar cartas en el asunto», afirma. Este año, además, al problema de la inmigración ilegal se ha venido a sumar el del ébola y «la gente tiene ahora más miedo, aunque la verdad es que preocupan más otras enfermedades».
Melilla es tierra de grandes contrastes, por eso y en medio de la tragedia de los inmigrantes, «sorprende mucho la convivencia de religiones y que la gente sea tan amable; mis hijos están integradísimos, juegan con otros niños, que son de religiones diferentes y nadie tiene problema alguno», señala esta vallisoletana, que ya se prepara para retornar a la Península. En la maleta llevará muchas imágenes de Melilla, la de la valla sobre todo, pero también la del hombre que siempre espera junto a los contenedores para recoger las garrafas vacías de agua (no hay contenedores de plástico), trasladarlas después en una bicicleta y , una vez pasada la frontera, ya en Marruecos, venderlas, porque en muchas casas no hay agua corriente y hay que almacenar el líquido elemento.
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