Mesa de Redacción
Fronteras invisibles
Deia, , 12-08-2014La valla de Melilla, con sus concertinas (nombre melifluo con el que se denomina a las cuchillas que desgarran sueños), no es la frontera más deshumanizada que uno se pueda imaginar. Hay fronteras más duras, que no están marcadas en el suelo ni en los mapas, sino en la condición de las personas. Un equipo sanitario llega a un hospital de Monrovia y el oficial al mando dice: “tú y tú, al avión”. Él y ella tienen pasaporte español; probablemente, sobrevivirán. El resto, igual de enfermos, pero sin el papel mágico en el bolsillo, morirán sin remedio. La frontera que existía entre una cama y otra es más terrible que la verja de Melilla, que el Muro de Berlín, que las rejas de Guantánamo… Tú tienes derecho a vivir; tú, no. Nadie ha cuestionado esta decisión. Soberanía nacional. Unos son ciudadanos del Primer Mundo, los otros, unos parias. El presupuesto no da para todos. Hasta aquí llegamos. Si traemos a dos más, ¿por qué no a cuatro, o a cuarenta, o a cuatrocientos…? Tiene su lógica, pero la frontera entre las dos camas no deja de ser menos dura por ello. El presupuesto no da para traer a todos, como tampoco da para crear allí hospitales en condiciones ni para llevar sueros milagrosos ni para crear las condiciones higiénicas y sanitarias que limiten la propagación del ébola y otras enfermedades ni para acabar con el hambre y la miseria, fuente de todos los males. Esa es la frontera más dura. La que no se ve y, a la vez, la más palpable.
jcibarra@deia.com
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