Vacaciones contra prejuicios
Un grupo de voluntarios de Cáritas ha pasado dos semanas trabajando en distintos centros de la organización, donde han visto de cerca la otra cara de algunos problemas sociales
Diario de noticias de Gipuzkoa, , 19-07-2014“El trabajo de voluntario es una opción para conocer profundamente un mundo distinto al tuyo”
“Todo el mundo debería hacer voluntariado porque aprendes a valorar lo que importa de verdad ”
“Cuando hablas con los inmigrantes ves que estos centros les ayudan a salir adelante”
“Aunque sean ilegales, vienen aquí en busca de una mejor calidad de vida y se les debería respetar”
Para la mayoría de las personas, y sobre todo de los jóvenes, el verano es la época en la que se concentran el ocio y la paz de no hacer nada. Sin embargo, hay personas como Itsaso, Sabin, Alex o Patricia que han decidido aprovechar sus días de verano de otra manera y se han embarcado en unas vacaciones solidarias. Lo que une a este grupo es una curiosidad personal por los problemas sociales, que han conocido de cerca trabajando durante dos semanas como voluntarios de Cáritas en diferentes proyectos: Aukera, Aterpe, Laguntza Etxea y Betania.
Además de satisfacción personal, ahora tienen una mente más abierta y libre de algunos prejuicios que genera el desconocimiento. Se han acercado desde una perspectiva diferente a una realidad latente y han podido afianzar unos valores humanos fuertes. Ayer fue el último día que dedicaron su tiempo libre a ayudar a gente con problemas diversos, y todos coincidieron en que el voluntariado ha superado sus expectativas. Por ejemplo, Patricia Mena vino desde Palencia para repetir voluntariado, tras trabajar el año pasado en la cárcel de Martutene. “Me parece otra forma de tomarse las vacaciones, además para mí venir a San Sebastián está muy bien”, admitió.
Esta chica de 23 años, junto con otra voluntaria, pasaba las noches en un alojamiento cedido por la ONG, y los días en villa Betania, un hogar de acogida para personas con sida en Donostia. Los dos primeros días fueron algo duros porque era “la extraña”. “No tenían confianza porque no me conocían, entonces no me hacían mucho caso. Aunque al final me trataron como a una más”, contó. Eran nueve las personas a las que cuidaba, sin apoyos sociofamiliares y carentes de recursos económicos. “Todos superaban los 40 años y tenían problemas distintos, desde dificultad para moverse, hasta afasia (trastorno del lenguaje)”, explicó. “Hacíamos ejercicio y actividades de números o escritura para que no perdieran memoria, ni movilidad”, añadió.
A pesar de que Mena llegó “un poco asustada”, ayer dejó el que ha sido su hogar estos días llevándose una lección importante. “Todos tienen muchos problemas pero no dejan nunca ni de sonreír ni de bromear”. Bajo su punto de vista, “es algo que debería hacer todo el mundo” porque aprendes a valorar lo que realmente importa”.
A la misma conclusión llegó Itsaso Mendoza, una joven de 20 años de Errenteria , que decidió adentrarse en este mundo, desconocido hasta ahora, porque estudia trabajo social y quiso saber con qué colectivo se sentiría más cómoda. Después de su paso por Aukera, un centro que trabaja la empleabilidad, tiene claro que se dedicará a la reinserción social. “Yo estaba en la zona de fabricación de reguladores de gas”, relató. También existe otra zona de recuperación textil y una tercera de reparación de bicicletas, que después son de uso público en Pamplona. Para Mendoza, su labor era la mejor porque “al ser un trabajo en cadena” le permitía relacionarse con los de al lado. Descubrió que las personas junto a las que trabajaba no tienen un perfil definido y que la meta de algunos de ellos es entrar en el mercado laboral, “pero otros lo que necesitan es una rutina, horarios y obligaciones que cumplir, para coger unos hábitos de autonomía”.
una reflexión positiva Sobre todo, la estancia en el centro le sirvió para comprobar con sus propios ojos que las personas se basan en unos prejuicios incorrectos. “Se oye que los inmigrantes vienen y no hacen nada y les dan muchas ayudas, pero cuando hablas con ellos, te das cuenta de que han tenido una vida muy castigada y estos centros les ayudan a salir adelante”, aseguró.
El donostiarra de 19 años Alex González compartió esta visión porque estuvo trabajando en Laguntza Etxea, un lugar de acogida de extranjeros en situaciones difíciles que proporciona alimentación, asesoría jurídica y social. Este es el mes del ramadán, y la mayoría de los asistentes del centro, ubicado en el barrio donostiarra de Intxaurrondo, son musulmanes. “Hacemos bolsas de comida para que puedan alimentarse por la noche. Les damos leche, galletas, un batido de chocolate, un bocata de atún y otro de cualquier cosa y una fruta de postre”, explicó.
con inmigrantes Gracias a este trabajo, conoció a inmigrantes de muchas nacionalidades y admitió que antes de llegar se esperaba “algo de jaleo”. No obstante, relató un episodio que le sorprendió: “Hace unos días, un hombre pidió la bolsa de ramadán, pero había faltado varios días. Cuando están nombrados para la bolsa de ramadán y faltan, se la dan a otra persona. Se puso de mala leche, gritando; le logramos bajar un poco los humos, le dimos un bocadillo y se marchó. Afortunadamente, al día siguiente vino y se disculpó muy educado”. Opina que, aunque sean inmigrantes ilegales, se les debe respetar a ellos y a sus derechos.
El mayor de este pequeño grupo de voluntarios es Sabin Zubiri, que tiene 36 años y participó como voluntario en el centro de trabajo de su propio barrio, el Aterpe de Amara, en Donostia. La experiencia en varios voluntariados le ha enseñado a Zubiri que cuando viajas de turista obtienes una visión externa de la realidad, en cambio, “el voluntariado es una opción de conocer profundamente un mundo distinto al tuyo”.
En el Aterpe se acoge y acompaña a toda persona en estado de necesidad para motivarle hacia un proceso personal que consiga el mayor grado de autonomía y calidad de vida. Y para sorpresa de Zubiri, hay mucho movimiento cerca de su casa, porque “hay docenas y docenas de voluntarios todo el año”. Su cometido ha sido llevar adelante talleres y manualidades, así como limpiar y ayudar a servir desayunos y cenas. “En las actividades te cuentan sus historias y he visto que a cualquier tipo de persona se le puede truncar la vida y encontrarse en la circunstancia de no tener casa” – narra – “gente de toda procedencia y de distintos oficios y de estudios”.
A González, el centro le ha aportado “un mayor conocimiento sociológico de los inmigrantes ”. Patricia Mena opinó que “hay que conocer para ver la realidad de personas con dificultades”. E Itsaso Mendoza, por su parte, se quedó con la reflexión a la que le llevaron las vivencias de las personas que ayudó. Tras analizar esta experiencia “vital”, todos los voluntarios han decidido que el año que viene volverán para seguir ayudando a quienes lo necesiten y degustando esta enriquecedora experiencia.
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