Ramadán en el monte Gurugú a la espera de una oportunidad
Marruecos evita la entrada de 120 inmigrantes subsaharianos a Melilla
La Voz de Galicia, , 13-07-2014Cae la tarde en el monte Gurugú y las luces de Melilla se dibujan como un telón de fondo inalcanzable, un sueño que ilumina la línea de un horizonte cada día más difícil de superar. En la zona más alta del peñasco, conocida como El Tranquilo, se esconden los inmigrantes más jóvenes del África occidental. Este verano no está siendo muy caluroso y a mil metros de altura la humedad crea una sensación térmica por debajo de los 10 grados. Eso explica que todos vayan abrigados y que alguno tirite de frío.
Ya no se ven tantas tiendas de campaña como en invierno y apenas unos pocos enseres acompañan a los cientos que permanecen en los asentamientos a pesar de las constantes redadas de las Fuerzas Auxiliares marroquíes, que han acabado con gran parte de las chabolas y han dejado un rastro de heridos y deportados.
Unos están recostados, otros cocinan y la mayoría simplemente permanece sentado viendo pasar el tiempo. Están cansados y hambrientos. La mayoría es musulmán y a la precariedad, la falta de descanso y de alimento habituales, hay que sumar las prohibiciones del mes sagrado del Ramadán.
Aunque el Corán deja claro que los enfermos, los que realizan duras actividades físicas no tienen por qué guardar ayuno total durante el día, lo cumplen para sentir que no pierden su fe ni sus tradiciones. También como muestra de sacrificio ante Alá para que sea misericordioso y les ayude a entrar en Melilla por la valla. Pero también, como dice el maliense Abú, escasea la comida y hacerlo tampoco supone gran esfuerzo. «Aunque no estuviéramos de Ramadán – explica – tampoco habríamos comido mucho durante el día. Está siendo un tiempo duro. Llevamos semanas en las que pasamos frío, pasamos la mayor parte del tiempo escondidos y la comida escasea mucho».
De repente, comienza a escucharse la llamada al rezo de la puesta de sol. Los cánticos resuenan desde los alminares de las cercanas ciudades de Beni Enzar y Farhana. Algunos ya llevan un buen rato arrodillados mirando hacia el Mediterráneo. Poco a poco se van acercando todos a las pequeñas zonas que a los lados del campamento se han habilitado para la oración. No tienen ni imán ni mezquita, pero cada anochecer escuchan su propia llamada a la oración. Cierran los ojos, repiten las plegarias y, por un momento, la música sagrada que escupe un desvencijado aparato les transporta a sus casas.
Silencio o rezo
Poco a poco se juntan en corros alrededor de las fogatas y preparan patatas fritas, infusiones de ramas de acebuche o calderos de entrañas y casquería de pollo o cordero que han cogido de las basuras.
Los platos son pequeños y no hay mucho, pero lo comparten todo. Apenas hablan. Lo van a intentar esta noche. Son conscientes de que al amanecer, cuando de nuevo comience el ayuno, es posible que alguno haya superado las vallas y esté en el Centro de Estancia Temporal de Melilla. Pero ninguno lo logró, por lo menos ayer. Las fuerzas de seguridad marroquíes frenaron el intento de 120 inmigrantes de cruzar la frontera.
el drama de los ilegales
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