Al otro lado de la valla
La Vanguardia, , 08-05-2014Les vemos cada día en las noticias, intentando escalar las vallas de Ceuta y Melilla, o alcanzar a nado las costas españolas; o ateridos de frío, cabizbajos, envueltos en mantas de la Cruz Roja; o la cámara enfoca sus cadáveres en la arena… Se les llama “subsaharianos”, que suena eufemístico, como si la palabra negro fuera en sí misma insultante. Los medios, la publicidad, los libros de texto… los presentan de tres maneras: como invasores; como víctimas; o como algo exótico, folklórico. Rara vez les asociamos a la autoridad, al saber, a la iniciativa, a la creación.
El congreso al que acabo de asistir, “África con eñe”, organizado por la Fundación Mujeres por África, me ha permitido ver a los, y sobre todo las, africanas/os y afrodescendientes en otro papel: el de intelectuales. Traductoras, profesoras universitarias, altas funcionarias, novelistas, ensayistas… que reflexionan sobre el continente en el que viven o en el que nacieron sus antepasados, y su relación con la cultura española o latinoamericana (en África negra hay un millón de estudiantes de español). O catalana: una de las asistentes era Remei Sipi, una guineana que vive en Gràcia, habla perfectamente catalán y con sus libros y cursos contribuye a tender puentes entre catalanes de origen e inmigrantes procedentes de África. Por cierto, la escritora catalana Isabel Franc está a punto de publicar una novela gráfica, Sansamba, dibujada por Susana Martín, sobre su viaje a Senegal para ver con sus propios ojos el país del que venía aquel que fue su empleado y ahora es su amigo. Algo parecido a lo que hicieron, desde el respeto y el afán de entender, Ángeles Caso con su novela Contra el viento y Chus Gutiérrez con su película Retorno a Hansala.
Por mi parte, he hecho un descubrimiento: las novelistas africanas. Retratan un mundo marcado por la pobreza, los conflictos religiosos, la violencia (machista y política), la humillante poligamia, y la emigración como sueño o como única salida. Les recomiendo especialmente las novelas Las que aguardan, de la senegalesa Fatou Diome, y La flor púrpura, de la nigeriana Chimamanda Ngozi Adiche. Leyéndolas, se siente de veras, con la emoción, algo que cuando se enuncia parece una frase retórica y huera: detrás de esas caras desesperadas que vemos en las noticias, hay historias, familias, proyectos, dramas, hay seres humanos.
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