Sociedad

Alves, el artillero rebelde

Capaz de convertir un plátano en el símbolo de la lucha contra el racismo, siempre dice lo que piensa aunque lo acabe pagando. «Soy transparente», presume

Las Provincias, JOSÉ AHUMADA | , 04-05-2014

El siempre dice que de no ser futbolista le habría gustado pilotar un fórmula uno, pero cualquiera diría que su otra gran vocación es la de actor: lleva camino de ser más conocido por sus bailes, gestos y declaraciones que por sus galopadas por la banda. Su última ‘actuación’, la del mordisco al plátano que le lanzaron en El Madrigal, ha sido vista ya por millones de personas de todo el mundo.

Dani Alves (Juazeiro, Brasil, 1983), está más que acostumbrado a que le miren. Cada día, los diez millones de seguidores que acumula entre Facebook, Twitter e Instagram tienen su ración en forma de foto, canciones o reflexión. «Soy transparente», reconoce para justificar por qué es incapaz de esconder lo que se le pasa por la cabeza, algo que le convierte en un filón para los periodistas, que dirigen hacia él las cámaras como quien lanza el sedal para pescar. Unos días sacan un meneo de caderas, otros, un reproche a la afición blaugrana y, el fin de semana pasado, una ocurrencia que se convierte en campaña universal contra el racismo.

Dani ha adquirido mucha soltura desde la primera vez que actuó para un público: entonces tenía 14 años y era extra en la película ‘La Guerra de Canudos’. Su papel, de cuatro segundos, era el de un soldado que caía fulminado por un balazo. No era gran cosa, pero al menos invitaban a comer. De niño, tenía que cazar palomas a pedradas si quería incluir algo de carne en la dieta de la familia. Se acostumbró desde pequeño a levantarse de madrugada para ayudar en el campo con los melones, las cebollas y los tomates. Su padre, Domingos, siempre soñó con que alguno de sus tres hijos – tenía también dos chicas – se convirtiese en gran futbolista.

Empezó jugando en la calle con balones hechos con bolsas y calcetines antes de enrolarse en el modesto equipo local, pasar a las secciones inferiores del Bahía y escalar al primer equipo de carambola. Fue descubierto por los ojeadores del Sevilla, que se lo llevó cedido por 360.000 euros y después lo compró por el doble. Cuando llegó a España en 2003 era un chaval delgado de 19 años de ojos verdes, con acné, aparato en los dientes y ganas de triunfar. Le costó encajar, pero cuando lo hizo, arrasó. Fueron los mejores años del club de Del Nido, que ganó dos Copas de la UEFA, la Copa del Rey, la Supercopa de Europa y la Supercopa de España. Después de seis campañas, saltó al Barcelona, que pagó 35 millones por él para que formase parte de la mejor escuadra blaugrana nunca conocida a las órdenes de Guardiola.

Su carácter nunca encajó con el aire serio con que Pep envolvió al equipo, pero era un lateral tan bueno que se lo consentían. Otra cosa fue cuando su rendimiento bajó: tras romper con su mujer en 2011, la vida desordenada le pasó factura con lesiones, tensión en el vestuario y desencuentros con la hinchada. Hubo peleas, escándalos con prostitutas y hasta un supuesto lío con la modelo Bar Refaeli. Desde entonces, los rumores que le colocan fuera del club no han cesado. Se le da por amortizado: cobra once millones brutos al año y tiene contrato hasta 2015.

Orejas de soplillo

Durante todo este tiempo, Alves ha ido puliendo su imagen: se operó las orejas de soplillo y se transformó en uno de los futbolistas con un vestuario más moderno y atrevido. A la vez, su cuerpo fue llenándose de tatuajes. Primero fue el retrato de su madre, después el de su abuela, y siguieron los nombre de sus hijos – Victoria y Daniel – , un Jesucristo, motivos maoríes, japoneses…

El Alves de hoy lleva una existencia menos agitada. Sigue siendo incapaz de mantener cerrada la boca, pero nadie puede acusarle de no trabajar. Parece ser que su novia Thaissa Carvalho, una actriz brasileña de culebrones, le ha serenado. Mantiene una buena relación con su ex, Dinhora Santa Ana da Silva, a quien ha convertido en su agente y ejerce de papá llevando y recogiendo a sus hijos al colegio en algún cochazo – tiene un Ferrari FF que cuesta 300.000 euros – . Pasa las vacaciones en la playa con sus padres y su chica.

Aún hay ‘otro’ Alves. Es el que se apunta a las buenas causas y da más de lo que le piden. El que criticó al Barça cuando no renovó a Abidal, a quien ofreció parte de su hígado para un trasplante y de quien heredó el número 22. Cuenta Francisco Gallardo, compañero de Alves en el Sevilla, ahora en el DVTK húngaro, que le pidió desde allí que le firmase una camiseta y se hiciese una foto con ella para subastarla y pagar la operación de un chico enfermo. Le llegó: llevaba las firmas de toda la plantilla y la foto del equipo con un cartel dando ánimos al chaval. «¿Te vale así, Paquito?», preguntaba Dani.

¿ESTABA PREPARADO?

Márketing. El ‘somos todos macacos’ lo tenía preparado la agencia publicitaria brasileña Loducca, que trabaja para Neymar. Él debería haberse comido el plátano, pero Alves se adelantó.

Eco mundial. Si se trataba de denunciar el racismo en los campos de fútbol españoles, el objetivo se cumplió: jugadores, aficionados y hasta jefes de Estado se sumaron a la protesta.

El culpable. Además de quedar como un bobo, David Campayo, el chico que lanzó el plátano, ha perdido el trabajo, no le dejan entrar al campo y pueden pedirle hasta tres años de cárcel.

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