La lacra del racismo
La Vanguardia, , 02-05-2014La lacra del racismo en la sociedad española, que ha puesto de manifiesto otra vez el incidente del plátano lanzado al futbolista Dani Alves, y la ingente cantidad de basura que reciben los mares y océanos.
DAVID Campayo, seguidor del Villarreal, lanzó un plátano al jugador del Barça Dani Alves, el pasado domingo en el campo de El Madrigal, durante el encuentro liguero entre ambos equipos. Un gesto aparentemente banal, pero que se relaciona en nuestros días con el desprecio racista. Alves es un jugador nacido en Brasil, de piel oscura. Lo cual bastaría, al –escaso– entender de algunos aficionados, para asociarle con los monos, animales que gustan de los plátanos y que andan unos pasos por detrás del Homo sapiens en la cadena evolutiva.
La plaga racista tiene, por desgracia, hondas raíces en Europa, también en sus hinchadas futbolísticas. Muchos jugadores nacidos en países lejanos y de rasgos no precisamente arios se ven con lamentable frecuencia sometidos a burlas o insultos racistas, y son objeto de vejatorios lanzamientos como el de El Madrigal.
El repertorio de reacciones ante tales agresiones, a las que a veces se ha replicado con otros insultos o con abandonos del terreno de juego o, también, con templadas declaraciones al término del partido, se vio enriquecido el domingo, con mayor o menor espontaneidad, gracias a la contestación de Alves. En lugar de ofenderse, Alves tomó el plátano, lo peló y lo mordió. Su gesto suscitó en las redes sociales una reacción viral de apoyo, y logró revertir por completo la intención denigratoria del agresor. En suma, el plátano de Alves se ha convertido en un símbolo solidario de resistencia al racismo, y también de oprobio para quienes creen ser superiores por el hecho fortuito de haber nacido en el seno de una nación, una cultura o una clase social determinadas, y se ven facultados para denigrar a quienes son de otro origen o condición.
La acción de Campayo, que le ha costado ya el carnet de su club, y que tendrá su recorrido legal, es de una inanidad manifiesta. Pero no por ello es menor. No hay gestos racistas disculpables. Por ello, el Código Penal prevé sanciones para quienes “provoquen a la discriminación, al odio o a la violencia contra grupos o asociaciones por motivos racistas”. Sin embargo, la lucha por la igualdad, ya sea en lo relativo a los derechos ciudadanos o simplemente al trato diario, tiene todavía un largo trecho por recorrer. Porque una cosa es la educación que reciben los jóvenes en la escuela, orientada en la dirección correcta, y otra la realidad cotidiana, marcada por la desigualdad, y agravada por una crisis económica en la que los más desfavorecidos, particularmente los que proceden de otros países, son injustamente percibidos como un colectivo usurpador.
Hace ya muchos años que el novelista Max Frisch, nacido en Suiza, país de destino para tantos inmigrantes, constató lo siguiente: “Pedimos trabajadores y llegaron personas”; hace los suficientes años como para que hayamos reparado en que la xenofobia es una lacra que degrada a quien la practica o tolera. Y, en particular, a aquellos partidos o entidades que la alientan, al estar capacitados para estimular y rentabilizar los bajos instintos, pero no para coordinar las políticas adecuadas para regular los flujos migratorios en un mundo irreversiblemente globalizado. Ahora bien, la lacra del racismo no la erradicarán en solitario los partidos aplicando políticas más justas. Depende también de todos y cada uno de los ciudadanos, incluidos los que ya consideran teóricamente abominable el racismo, pero en la práctica todavía sucumben al que pervive en ellos, a veces inconscientemente.
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