Tapar y disculpar. Eso es lo que hacen los organismos encargados de luchar contra la violencia y el racismo en España. Los actos deportivos son así. En las masas florecen los energúmenos y no hay gran cosa que se pueda hacer, parecen decir con su actitud.

Nos pasamos la vida siendo políticamente correctos, vamos al fútbol a desfogar y ahí, escondidos en la multitud, sale lo peor que algunos llevan dentro, mientras los demás lo vemos como un mal pequeño, justificable por la adrenalina, tras el que si no hay sangre, nunca ocurre nada. Los ultras están en su hábitat natural en el fútbol. El otro equipo es el enemigo y esa es la disculpa para sus entretenimientos favoritos: violencia, homofobia y racismo, sea con las palabras o con las obras. De hecho, parece como si en el deporte la homosexualidad no existiera.

¿Por qué está socialmente aceptado oír «negro de mierda» en un campo de fútbol y no entre los espectadores de Eurovisión, que también compiten? Se lo dijeron a Hamilton en un entrenamiento en Montmeló y ni expulsaron a los autores del recinto. Y no lo hacen sólo los hooligans. Luis Aragonés soltó unas cuantas perlas a lo largo de su carrera.

Los hay que creen que en España este tipo de insultos no suponen un menosprecio a otra raza, sino que se trata simplemente de herir al otro. Entonces, ¿por qué no le llaman cabrón directamente?

Hay quien considera intolerable que los actores aprovechen los Goya para defender sus derechos o exponer sus reivindicaciones políticas, pero asiste impasible al lanzamiento de un plátano a Dani Alves. Y, al final, es el propio jugador quien tiene que llamar la atención sobre esta situación, con humor e inteligencia, colgando una foto en las redes sociales que ha recibido muchísimos apoyos.

El problema es que esto no lo tiene que hacer la víctima, sino que, como pasa en otros países, el rechazo debe partir de la sociedad. Ser tolerante sólo sirve para normalizarlo. Qué razón tienen Dani Alves y Neymar: «Somos todos macacos».