No sólo vallas

La Vanguardia, E.R. BARTLETT CASTELLÀ, profesor de Esade Law School (Universitat Ramon Llull), 22-04-2014

Contener el flujo migratorio entre áreas geográficas con un diferencial de PIB por cápita de 40 a 1 (Europa respecto a África) no es fácil. No puede arreglarlo ni una institución de acreditada profesionalidad como la Guardia Civil. Afirmar, como alguna autoridad gubernativa, que llegar a una playa española no es entrar en España parece más un argumento de un episodio de la dimensión desconocida ( The twilight zone) que el fundamento de una política juiciosa. Ante muertes dramáticas, el acento se pone en cuestiones técnicas y jurídicas, como si se aplicó correctamente la normativa o hay que cambiarla, o si las vallas tienen la malla lo bastante pequeña. Hay que pedir protocolos de actuación claros y, si no los hay, depurar responsabilidades. ¿Dónde está la responsabilidad de las instituciones comunitarias, de las que España forma parte, ante un flujo migratorio que Europa ha contribuido a crear, del que no tiene bastante cuidado y que, por eso, queda en manos de mafias diversas? Estamos ante una profunda incomprensión de la realidad. No hemos asumido nuestra responsabilidad histórica ni por el congreso de Berlín (1885), donde las potencias se repartieron el continente, ni por el colonialismo subsiguiente, que se prolongó hasta 1975. Tampoco por la explotación postcolonial y su secuela de guerras (por ejemplo, 1998-2003, 5 millones de muertos en los grandes lagos).

La ayuda al desarrollo es el pilar de la política migratoria que incorpora mejor aquella responsabilidad. La Europa de los 28 es el primer donante en ayuda oficial al desarrollo (55.200 millones el 2012 o 0,43% PIB –datos totales, no sólo en África–); pero el destinatario puede estar contento si, descontados gastos administrativos, consultoría y compra de bienes y servicios en nuestras industrias, recibe entre un 20% y un 30% (Mahbubani, K., The great convergence, pp. 204-5). Sólo asumiendo la humanidad compartida con estos muertos que se añaden a los de Lampedusa y tantos otros desconocidos, sólo si imaginamos que son de los nuestros, haremos lo que hace falta para colaborar con los vivos a estabilizar su continente. Una ayuda al desarrollo que priorice los intereses del destinatario y no los del donante es una forma de concretar nuestra responsabilidad. Imaginar que lo hacemos, como la dimensión desconocida, es empezar a hacerlo posible.

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