Sociedad / demografía

España va camino de convertirse en el país de la UE con más octogenarios

ABC, rafael puyolcatedrático de la ucm y vicepresidente del ie business school, 15-04-2014

Nuestro país vuelve a perder población por el regreso de los inmigrantes y la salida de los españoles por la crisis. Pero también por su baja natalidad

Hace más de siglo y medio que Augusto Comte afirmó que la demografía es el destino. Un destino desigual que combina excesos en muchos países en desarrollo, con escaseces preocupantes en nuestras sociedades. Esta es la situación de España donde tras un periodo en que la acción combinada de la inmigración y su impacto favorable sobre la natalidad nos permitió superar la cifra mítica de 40 millones y llegar a los 47, para entrar ahora en una fase de crecimiento negativo. En el primer semestre de 2013, perdimos casi 120.000 habitantes, una cifra que intensifica el descenso iniciado el año anterior. Crecer poco no es bueno, pero decrecer supone además de una ruptura de tendencia, la inclusión de España en el reducido grupo de países que no son capaces de renovar sus propia población.


Los años en los que hoy se concentra la cifra más alta de alumbramientos son los 32 – 34 y una quinta parte de las madres dan a luz por encima de los 35. A todo ello hay que añadir que las madres extranjeras, al ser menos, han tenido menos hijos y que su fecundidad también ha bajado. En la natalidad española todo se está produciendo con escasez y demora. La familia de un solo hijo se ha hecho modal, pese a que el número «deseado» por las madres siga siendo dos. Y a ese escaso margen que deja el balance natural, hay que añadir el saldo, claramente negativo, que tienen las migraciones. En el primer semestre del 2013 fue de 125.000 personas, tanto extranjeros que retornan a sus países, como españoles que han vuelto a hacer las maletas del éxodo. Así pues, la baja natalidad y la nueva emigración nos han conducido por el camino, nada recomendable, de la involución demográfica.

En 2023 habrá en España casi 10 millones de mayores de 64 años, 1,8 millones de octogenarios, y casi 25.000 centenarios. Envejecer es positivo y hacerlo bien una posibilidad. Pero el envejecimiento demográfico no es un fenómeno neutro. En juego están el pago de las pensiones, el de los gastos sanitarios y el de la dependencia. Y en este panorama de escaseces , ninguna Comunidad Autónoma (salvo Canarias) se va a librar del declive. En 10 de las 17 el volumen de fallecimientos superará al de nacimientos y en 16 (con la excepción de Canarias otra vez), habrá un saldo migratorio negativo. Y todas por supuesto, estarán envejecidas.


Ojalá las cosas puedan ser así. Este cóctel de crecimiento positivo sería un bálsamo para nuestra castigada demografía. Pero no lo podrá ser si estas posibilidades no se encauzan debidamente. La hipotética subida de la natalidad necesita de una auténtica política familiar, no sólo basada en medidas económicas puntuales, sino en instrumentos permanentes de ayuda: para facilitar el acceso a la vivienda de las parejas jóvenes, para crear suficientes guarderías con horarios y precios asequibles y, sobre todo, para establecer una política correcta de conciliación entre vida laboral y familiar.


Hay que prever que volverán los inmigrantes y definir en ese caso un nuevo marco regulatorio que favorezca las corrientes legales necesarias, dificulte el tráfico de personas, respete sus derechos, haga cumplir las normas y favorezca la integración. Y debemos recuperar el talento con medidas que favorezcan su vuelta.


Sé que no son buenos tiempos para establecer medidas como las mencionadas. Pero sé también que si estás cosas no se prevén con tiempo acabarán estallándonos entre las manos.

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