Tenaz, contradictorio y con humor

La biblioteca Lyndon B. Johnson, en Austin (Texas), expone los triunfos y los fracasos de un presidente

La Vanguardia, , 11-04-2014

“CONSEGUÍA LO QUE QUERÍA” “Estuvo muy mal en Vietnam, pero no fue un mal presidente”, dice una turista EL DATO DEL HISTORIADOR“Durante años votó contra los derechos civiles, los apoyó por primera vez en 1957” Y EL CINTURÓN DE SEGURIDAD Sanidad, lucha contra la pobreza, creación de medios públicos… entre 27 leyes UNA HUELLA COMO POCAS Muchos de sus logros son hoy asumidos en EE.UU. como derechos desde el nacimiento

resto albergan archivos. Aún queda material clasificado entre los 45 millones de documentos. Se guarda hasta un par de trozos de su tarta nupcial. Se casó con Lady Bird en 1934, en San Antonio.
AP
Un antes y y un después. El presidente Lyndon B. Johnson firmando la ley de los derechos civiles en el ala este de la Casa Blanca el 2 de julio de 1964 junto a algunos de los congresistas que ayudaron a su aprobación
La monumental fuente del exterior se ha convertido en unas de las brújulas para orientarse en esta ciudad. Una vez dentro, lo primero que se observa es la limusina que Johnson heredó al dejar la presidencia. En una estantería se cuentan 225 plumas, de las que 80 son de aquellas cuya punta se sumergía en el tintero. Las utilizó para firmar sus leyes.
Encima, 27 carteles en letras blancas. Cada uno se corresponde a una de esas leyes: de los derechos civiles, la sanidad pública para los mayores de 65 años y las personas de menos recursos, la lucha contra la pobreza, la educación de los desfavorecidos, las viviendas asequibles, la regulación de las armas, la mejora de las autopistas o la creación de la televisión y la radio públicas. Bajo su mandato se aprobó la obligación de que los coches fueran equipados con cinturón de seguridad. Todo esto forma parte de lo que él denominó la “gran sociedad”.
“Dejó un legado que pocos presidentes han podido reunir. Los logros de su presidencia parecen tan familiares ahora que muchos americanos los asumen como derechos de nacimiento. La vida y el trabajo de Johnson aún tienen impacto en nuestras vidas”, señala una de las leyendas instaladas.
“Esta es la cita de Johnson que más me gusta”, comenta Ryann Collier, una de las encargadas de comunicación del centro. “Si un día camino sobre el agua al cruzar el río Potomac, el titular que se leerá esa tarde será: ‘El presidente no sabe nadar’”. Pese a la acumulación de logros legislativos –el polo opuesto de Kennedy– a Johnson la prensa le quiso más bien poco. Se demuestra en la colección de viñetas que guardó pese a salir malparado.
Los dibujos sirven de decoración al espacio en el que discursea un muñeco de Johnson a tamaño casi real, que habla con la voz real. Ahí se recuerdan comentarios de un presidente, soez en ocasiones, al que no le faltó el sentido del humor. Ni la capacidad oratoria, que utilizó como una de sus artes políticas, para adular o para intimidar y conseguir siempre lo que pretendía. Lo denominan “el tratamiento Johnson”.
Heidi, una de las visitantes, también conoce la biblioteca que George W. Bush inauguró el pasado año en Dallas. “Bush se presenta como un salvador, no hay crítica, aquí en cambio se observa perfectamente la contradicción del personaje”. La máxima de este lugar se resume en uno de los carteles: “La biblioteca muestra los hechos, no sólo el júbilo y los triunfos, también el dolor y los fracasos”.
El sombrero de copa y el pantalón texano unen a Lincoln y a Johnson dentro de la vitrina en que se equiparan el fin de la esclavitud, los derechos civiles y el derecho al voto. La galería de los años sesenta muestra el gozo de la música, de la liberación sexual, de la creatividad artística, de los avances tecnológicos, de la carrera espacial. Esa década prodigiosa, como algunos la han bautizado, tiene su réplica en una serie de imágenes que demuestran que fue una de las épocas más terribles en este país: el asesinato de Kennedy (1963), de su hermano Robert (1968) y de Martin Luther King (1968), la guerra de Vietnam o los disturbios raciales. Un sobresalto permanente. Los prodigios de esa década llegaron hasta agosto de 1974, cuando el caso Watergate propició la dimisión de Nixon, la primera vez que esto sucedía en EE.UU.
“Hemos redescubierto a Johnson”, señala Tadd Overstreet ante una pantalla en la que aparecen vídeos sobre este. “El distanciamiento afecta a la perspectiva –añade–, su presidencia cambió el país para mejor, nos conectó a todos como americanos”. Hay matices, admite Tadd, afincado en Austin aunque originario de California: “Vietnam ensombrece su legado. Mi padre vino a verme y se negó a visitar este lugar. No ha perdonado a Johnson”.
Luces y sombras. Los historiadores Robert Dallek y Robert Caro elogian su labor legislativa, en especial en la ilegalización de la segregación, “cuando por primera vez coinciden su ambición y la gente se transforma en una fuerza imparable –dice Caro desde una pantalla–. Los líderes de las organizaciones afroamericanas desconfiaban de él. Durante años votó contra cualquier propuesta a favor de los derechos civiles. Dio su apoyo por primera vez en 1957”. Desde 1955 era jefe de la mayoría en el Senado. Lo consiguió con 46 años, el más joven de la historia en aquel momento.
Pero, en medio de su labor contra el racismo y la pobreza, en agosto de 1964 firmó la llamada resolución del golfo de Tonkín, que supuso “la escalada” de la guerra de Vietnam. En julio de 1965 incrementó la fuerza en la península indochina: de 75.000 soldados se pasó a 125.000.
La señora Petty, turista de Wisconsin, se indigna al leer una de las frases de Johnson. “Si salimos de Vietnam, mañana estaremos luchando en Hawái, y a la siguiente semana en San Francisco”. Petty no se calla: “¡Ni que hubiéramos sido alguna vez un país de comunistas!”. Su opinión ilustra los sentimientos encontrados que suscita Johnson. “Estuvo muy mal en Vietnam, pero no fue mal presidente. Era persuasivo y sabía hablar con los dos partidos, a diferencia de Obama, que no sabe o no puede. Cogía el teléfono y conseguía lo que perseguía. También es verdad que esto ahora es imposible porque los políticos no son capaces de negociar”.
Quince días después de la muerte de Kennedy, el teléfono suena en la Casa Blanca. La operadora informa a Johnson: “Miss Kennedy”. Es un juego de galantería entre los dos, entre la viuda célebre y el sustituto de su marido. “Has de saber que son muchos los que te quieren y yo soy uno de ellos”, dice él. Jackie, a la que se escucha sonreír, también deja sus halagos: “Entiendo mejor tu letra que la de Jack”.
Johnson se despide con un “sweetie” (cariño).

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