El Macba abre la valla

La artista Núria Güell crea la cooperativa Ca l’Àfrica, para legalizar la situación de los inmigrantes desalojados del Poblenou, gracias a un proyecto artístico producido por el museo

La Vanguardia, TERESA SESÉ, 10-04-2014
Desde hace unas semanas, la cada vez mayor y más admirada comunidad de amigos de Núria Güell (Vidreres, 1981) en Facebook ha vivido con los dedos cruzados y el corazón en un puño. El pasado 1 de abril, la artista lanzaba un SOS en el que explicaba que con los inmigrantes desalojados de las naves del Poblenou estaba creando un marco legal que les permitiera trabajar y autoemplearse, la cooperativa Ca l’Àfrica, “una herramienta legal que permitirá legalizar a los que la ley ilegaliza”, precisaba, para lo cual necesitaban incorporar 300 socios de consumo que tuvieran la documentación en regla. “¿Alguien se suma?”. La respuesta desbordó con mucho esa cifra, y al día siguiente la artista colgaba ya las fotografías de su paso por el notario. Sólo faltaba ir al registro. ¿Lo conseguiría? Ayer, rodeada de los integrantes del consejo rector, presentaba Ca l’Àfrica en el Macba, museo que se ha convertido además en el primer cliente de la cooperativa. Por la tarde, fueron algunos de sus miembros quienes se encargaron del cóctel que acompañó la inauguración de La realidad invocable, exposición colectiva en la que se inscribe el proyecto, y hasta finales de agosto habrá también contratados en el servicio de guardarropía y se encargarán de las visitas guiadas a la muestra.

ANNA ACHÓN Núria Güell, junto a algunos miembros de la cooperativa contratados por el Macba, ayer durante la inauguración

¿Quién dijo que el museo no podía ser un lugar de resistencia? A Núria Güell, creadora de proyectos de alto voltaje que no se conforman con señalar o denunciar la realidad, sino que inciden en ella y la transforman, no le incomoda, al contrario, le gusta la aparente contradicción de que la cooperativa Ca l’Àfrica sea una realidad gracias a la financiación del Macba (la comisaria Montse Badia le dio carta blanca para que ideara un proyecto artístico y ella lo invirtió en la constitución de la cooperativa). “Un dinero que procede, por tanto, del Ayuntamiento de Barcelona, que es el que desalojó a los inmigrantes de las naves del Poblenou”. ¡Chapeau! por una artista brillante y comprometida. El suyo no es un arte cómodo, pero genera un beneficio más allá del artista y la institución. De eso se trata. También el visitante que acuda al Macba y lea el cartel que da cuenta del proyecto se llevará algún elemento para la reflexión: “El consejo rector de la cooperativa –se lee– está integrado por inmigrantes procedentes de territorios donde los negros catalanes y españoles buscaban mano de obra esclava para trabajar en las colonias”.

Un discurso que ayer declinaba con inteligencia Kheraba Drame, presidente de la Federació Panafricanista de Catalunya: “Nadie recuerda que Barcelona fue fundada por Amílcar Barca, que era negro como un tizón”.

La presencia de Ca l’Àfrica en el Macba forma parte de una nueva línea expositiva que trata de lanzar una mirada inquisitiva hacia nuestros contextos inmediatos. El primer capítulo, La realidad invocable, está comisariado por Montse Badia y traza una panorámica sobre las diferentes maneras de abordar la realidad por parte de artistas de generaciones y contextos muy diversos. Desde trabajos de referencia de los años setenta, como los vídeos The girl chewing gum, de John Smith (una escena en una calle de Londres cuyos movimientos trata de dominar una voz en off) o Erkelenz, un trabajo de 1934 de Lutz Mommartz en el que graba los reproches de una pareja en crisis a los que previamente había pedido estar separados durante una semana. Un reality avant la lettre que conecta con Phil Collins y su magnífico The return of the real (2005), en el que da una nueva oportunidad a varios participantes de reality shows, devastados por ellos, a que expliquen su historia sin ediciones ni censuras. Mikel Pascal y Javier Murillo enmarcan con un mural el fascinante vídeo de Jeremy Deller sobre la vida de un culturista, Adrian Street. Hay también trabajos que tratan de modificar el museo, como el rodapiés de Antonio Ortega; otros que escenifican su incapacidad para atraparla, como Rafel G. Bianchi, repintando un paisaje a medida que este le va cambiando; y también hay quien, caso de Roman Ondák, la introduce directamente mediante una performance consistente en una madre que acompaña los primeros pasos de su hijo. Enric Farrés-Duran propone recorridos por el Raval y la americana Jill Magid abre la puerta a la muerte: en una vitrina expone el contrato que ha firmado con una empresa que la convertirá en diamante cuando ella muera.

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