Los desplazados sirios a Líbano alcanzan el millón

La ONU se alarma: un 25% de la población son refugiados

La Vanguardia, TOMÁS ALCOVERROBeirut. Corresponsal, 04-04-2014

Están por todas partes. Cada día atraviesan las fronteras libanesas, siempre abiertas, alrededor de dos mil quinientos sirios, la mitad niños, uno cada minuto. El alto comisario de la ONU para los refugiados, António Guterres, ha anunciado la escalofriante noticia de que se había sobrepasado el millón de refugiados en este frágil país levantino, de cuatro millones de habitantes. Si se tiene en cuenta, además, que viven desde hace décadas en Líbano cerca de cuatrocientos mil refugiados palestinos que comenzaron a llegar en 1948, tras el establecimiento del Estado de Israel, y después otros noventa mil iraquíes a partir del 2003 huyendo de la sangrienta fragmentación de la república baasista de Sadam Husein, el número de refugiados ya supera la cuarta parte de la población local.
JOSEPH EID / AFP
Una refugiada siria con sus hijos en un centro de la ONU para los refugiados en Trípoli (Líbano)
Durante la guerra civil libanesa de 1975 a 1990, y después en la del verano del 2006 durante la que libraron Israel y Hizbulah, fueron centenares de miles de libaneses los que buscaron abrigo en la hermana Siria, que les abrió sus puertas de par en par. Pero aquel fenómeno no se puede equiparar con este atroz éxodo de miseria y de horror.
El Gobierno de Beirut no les reconoce el estatus de refugiado –por algo no firmó la convención de Ginebra de 1951– sino que les considera meros desplazados para evitar la penosa situación de los campos de refugiados palestinos que se han perpetuado sin que pueda vislumbrarse ningún retorno efectivo a sus orígenes debido a la tajante oposición de Israel.
No hay propiamente campos de refugiados sino campamentos en la planicie de la Bekaa y en otras zonas fronterizas, alcanzadas por los combates de la guerra civil siria en los que se hacinan en tiendas de campaña, chabolas, garajes, establos, estos desgraciados, dejados de la mano de Dios, víctimas del conflicto bélico del vecino país, atizado por las bien conocidas injerencias extranjeras. Líbano ha servido siempre de tierra de refugio. Hace siglos acogió a los maronitas, cristianos de obediencia a Roma, escapados de las luchas con las iglesias bizantinas de Siria. En el siglo pasado acogió a los armenios que huían del genocidio de Turquía. Líbano es, por antonomasia, país de minorías. Una presencia tan numerosa de refugiados pone en peligro la precaria cohesión de su estado confesional, agravando las diferencias entre suníes y chiíes.
La propia agencia de la ONU explicó que el refugiado sirio un millón era Yahya, un joven de 19 años originario de Homs y que escapó con su madre y dos hermanas a través de Yabrud, cuyo control recuperó no hace mucho el ejército de El Asad. El padre de Yahya murió por el disparo de un francotirador en Homs.
“Es la concentración más numerosa de refugiados en la historia reciente –afirmó António Guterres– y el impacto sobre Líbano es inmenso. No podemos dejarle que peche solo con esta catástrofe”. Las consecuencias sobre su economía, su seguridad, son patentes. Han aumentado los crímenes, los robos. En céntricos barrios de Beirut como Hamra, muchas mujeres sirias cubierta con ajados mantos negros, a veces con sus proles descalzas, piden limosna en las esquinas.
Esta capital rebosa de automóviles matriculados en Damasco, Alepo, Homs, Latakia. Hay también sirios afortunados, gentes de la burguesía que viven en zonas residenciales y se dedican a los pujantes negocios de sus empresas. Beirut atrajo siempre a los sirios, ricos o simplemente trabajadores de barata mano de obra. Ha sido en sus años convulsos, de frecuentes golpes de Estado, su mejor refugio de libertad.

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