Un catalán en Matignon

Valls se enfrenta a la oposición de la izquierda en su estreno como primer ministro francés

La Vanguardia, LLUÍS URÍA París. Corresponsal, 02-04-2014

Manuel Valls es desde ayer el titular de Matignon, residencia del primer ministro francés. Su nombramiento topa con fuertes resistencias de la izquierda. Manuel Valls ha empezado tropezando con la izquierda. Apenas designado primer ministro por el presidente francés, François Hollande, el catalán tiene que enfrentarse ya con un amago de revuelta protagonizado por el ala izquierda del Partido Socialista (PS), el descuelgue de sus aliados hasta ahora en el gobierno –los ecologistas– y la franca confrontación del Frente de Izquierda –la alianza del Partido Comunista (PCF) y el Partido de Izquierda de Jean-Luc Mélenchon–, de quienes depende la mayoría gubernamental en el Senado. Situado ideológicamente a la derecha en el seno del PS, donde es calificado de “social-liberal” –cuando no de “sarkozista de izquierdas”–, el perfil de Manuel Valls estaba llamado a provocar la irritación de quienes la misma noche del domingo, tras conocerse el cataclismo de la segunda vuelta de las elecciones municipales para el PS, salieron a reclamar a Hollande un giro a la izquierda.
LIONEL BONAVENTURE / AFP
Manuel Valls observa cómo se van del hotel Matignon el primer ministro saliente, Jean-Marc Ayrault, y su esposa, Brigitte
“La respuesta que hacía falta no era un giro a la derecha”, se quejó ayer el exministro Henri Emmanuelli, una de las principales figuras del ala izquierda del partido, quien amenazó con no dar su voto de confianza al nuevo gobierno. Otros miembros de esta corriente expresaron asimismo su descontento, como el diputado Emmanuel Maurel, que calificó la designación de Valls de “extraña y sorprendente”, o el parlamentario Jérôme Guedj, quien señaló que la línea política del nuevo jefe del Gobierno “es la que más se aleja de la que nosotros deseamos”. El exalcalde de París, Bertrand Delanoë –que en algún momento sonó como posible primer ministro–, se apresuró asimismo a expresar su deseo de permanecer al margen del nuevo Ejecutivo.
Minoritario en el PS y aun entre el electorado socialista –en las primarias para las presidenciales del 2012 sólo obtuvo el 6% de los votos–, Manuel Valls sabe que tiene pocos asideros entre sus camaradas. De ahí que en los últimos meses haya buscado la alianza de algunos de sus compañeros de gobierno más a la izquierda, como Arnaud Montebourg o Benoît Hamon. Según como queden ambos situados en el nuevo gabinete, Valls podría conseguir aligerar la presión interna.
El problema más grave se ha suscitado con los ecologistas. Después de que los dos únicos ministros de Europa Ecología-Los Verdes, Cécile Duflot (Vivienda) y Pascal Canfin (Desarrollo), anunciaran el mismo lunes que abandonaban el gobierno en desacuerdo con su nombramiento, la dirección de EE-LV decidió a última hora no incorporarse al nuevo gabinete. Valls se reunió por la mañana en la sede de Interior –incluso antes del traspaso de poderes– con la secretaria nacional de EE-LV, Emmanuelle Cosse, y los líderes parlamentarios de los ecologistas, François de Rugy y Jean-Vincent Placé, para tratar de retenerlos.
La mayor parte de los parlamentarios Verdes estaba por seguir en el ejecutivo. Pero la dirección ejecutiva optó por lo contrario y amenazó con la expulsión a quienes se dejaran tentar por una cartera. Los ecologistas, que hasta ahora habían tenido grandes dificultades para imponer su programa medioambiental, no comulgan con Valls.
El tercer frente es, en fin, el Frente de Izquierdas, que ha avanzado ya que no dará su voto de confianza al nuevo gobierno y ha convocado para el 12 de abril una primera manifestación contra el ejecutivo de Manuel Valls. “Hollande no ha comprendido absolutamente nada”, zanjó Jean-Luc Mélenchon. Y el secretario nacional del PCF, Pierre Laurent, remachó irónico: “El presidente de la República sólo oye por la oreja derecha”.
Hollande ha desoído, en efecto, todas las peticiones de un giro a la izquierda. Y no sólo por nombrar a Valls al frente del gobierno –una decisión que sabía conflictiva y que trató de evitar, antes de rendirse a ella–, sino porque su intención, como reiteró en su alocución televisiva a los franceses el lunes, es mantener el rumbo de su política económica. Con algunos gestos dirigidos a apaciguar a su electorado, como la rebaja de impuestos a las familias y de las cotizaciones sociales a los asalariados, pero sin modificar una coma de su hoja de ruta: refuerzo de la competitividad de las empresas –vía una disminución de las cargas sociales– y saneamiento de las finanzas públicas, con una reducción del gasto público de al menos 50.000 millones de euros entre los años 2015 y 2017. Los nuevos regalos anunciados encarecerán la cuenta.
Manuel Valls, en el acto de traspaso de poderes con el jefe de Gobierno saliente, Jean-Marc Ayrault, insistió en estos objetivos. El nuevo primer ministro se comprometió a “prolongar y ampliar” el trabajo realizado hasta ahora en este terreno, y a ir “más rápido y más lejos”, aunque respondiendo a la vez a la “demanda de justicia social” expresada por los electores. El camino para avanzar es estrecho. Y por si alguien lo había olvidado, el presidente del Eurogrupo, el neerlandés Jeroen Dijsselbloem, recordó ayer que Francia debe “mantener los objetivos presupuestarios y trabajar en las reformas”.

Ayrault no se había apartado de este camino. Pero alguien tenía que pagar por la derrota de las municipales. “He conducido la política del gobierno conforme a las orientaciones del presidente”, subrayó a modo de reproche antes de coger un TGV hacia su ciudad, Nantes.

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