La tragedia de El Vendrell

La Vanguardia, , 28-03-2014

TRAS el luctuoso incendio de El Vendrell, en el que a última hora del martes fallecieron cuatro niños de entre tres y doce años, hay una lamentable historia de paro, pobreza e inmigración, una historia de precariedad estructural. La familia Mortada, que ha perdido a cuatro de sus seis hijos en el suceso, es una de tantas golpeada por la crisis. El padre llegó a Catalunya procedente de Agadir, al sur de Marruecos, en los años noventa. Trabajó en la construcción, fue copropietario de una carnicería, compró un piso y, durante un tiempo, tuvo la sensación de que su situación podía estabilizarse, de que era posible llevar una vida digna. Pero luego llegó el infortunio. Llegó el paro, llegaron los trabajos a salto de mata, llegó el desahucio de su vivienda, llegó la reocupación ilegal de esta en unas condiciones deficientes. Y llegó, por último, el fatal y devastador incendio.
Los Mortada son vecinos de los Pisos Planas, un barrio pequeño y deprimido de El Vendrell, donde la pobreza está generalizada, donde hay conflictos relacionados con el tráfico de drogas, donde la situación está lo suficientemente deteriorada como para originar ocasionales enfrentamientos entre sus vecinos y los Mossos d’Esquadra. En El Vendrell la tasa de paro es una de las más elevadas del país, un partido xenófobo ha colocado cinco concejales en el Ayuntamiento y los servicios de asistencia social están muy solicitados. La situación allí es poco menos que límite. Y la comunidad magrebí es la que se lleva la peor parte.
En la coyuntura actual, y por más que sería lo deseable, no va a ser sencillo aplicar medidas que den la vuelta a la situación de un modo sostenible. Factores muy diversos, pero relacionados, como la crisis global o las penosas condiciones de vida en un barrio de El Vendrell, no se revierten de la noche a la mañana. Se pueden combatir con ayudas de urgencia, con nuevas políticas que busquen resultados a medio plazo, con esfuerzos solidarios más amplios. Pero difícilmente se erradicará, y menos aún con rapidez, la pobreza enquistada.
Conviene, por tanto, afrontar el caso con serenidad, armonizando los esfuerzos de las autoridades locales con los de los interlocutores reconocidos de la comunidad magrebí. Es de resaltar, por ello, la actuación del cónsul de Marruecos en Tarragona, que efectuó llamamientos a la calma y contribuyó mucho a que la situación no se desbordara en las primeras horas tras la tragedia. Una tragedia que no debe manipularse para aventar ideas xenófobas, sino para que los agentes implicados en el caso reconozcan la entidad de los problemas planteados y asuman el reto de superarlos.

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