Los refugiados abandonados en la frontera libia

Cientos de personas todavía viven una situación "catastrófica" en el campo de refugiados de Choucha, cerrado por ACNUR en el mes de julio. Muchos de ellos han sido rechazados como refugiados, y los que sí han sido aceptados tampoco ven solución a sus problemas.

Público, JAVIER PÉREZ DE LA CRUZ, 21-03-2014

“Nos estamos muriendo poco a poco. Desde que la ONU se fue no tenemos nada. Nuestras vidas dependen de lo que consigamos de los coches”, se lamenta Mohamed mientras señala a la carretera que conecta la última población tunecina con Ras Ajdir, el paso fronterizo hacia Libia. Este somalí llegó al campo de refugiados de Choucha en 2011.

Las Naciones Unidas instalaron ahí un campamento provisional para las decenas de miles de personas que escapaban de la guerra contra el Coronel Gadafi. Tras tres años, cientos de personas continúan viviendo allí. “¿Qué hemos hecho para ser tratados así? No podemos abandonar este lugar. No entendemos nada. ¿Qué está pasando? ¿Estamos detenidos? Estamos peor que los prisioneros, al menos a ellos los alimentan en la cárcel”, añade Mohamed.

El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) cerró Choucha hace ocho meses. El agua y la electricidad que proveían al campamento también desapareció. Solo las delegaciones locales de la Media Luna Roja les proporcionan alguna ayuda. “Solo atendemos temas relacionados con la salud, les damos medicinas o les llevamos al hospital. Eso es todo. No tenemos ni idea de dónde sacan la comida y el agua”, explica Sana Mhadi, una joven voluntaria de Ben Gardane, la localidad más cercana a Choucha.

Entre estos se encuentra Ibrahim Ishak, de 42 años, natural de Darfur, Sudán. Sentado dentro de su tienda enseña los papeles del médico que demuestran su frágil estado salud. Tiene problemas de corazón. Sus compañeros de campamento cuentan que hace tres meses se desmayó y muchos temieron lo peor. Después de abandonar su hogar debido a la guerra que allí estalló, Ibrahim estuvo viviendo durante 12 años en Libia. En marzo de 2011, como viene recogido en su pasaporte, cruzó la frontera y llegó a Choucha. “Hemos estado sufriendo durante los últimos meses. En Darfur había guerra, en Libia había guerra, y aquí no hay nada para seguir adelante”. Él se siente discriminado por la comunidad internacional: “Somos 55 personas de Darfur las que hemos sido rechazadas por la ONU. No nos aceptan simplemente porque hablamos árabe”.

Waseem Ahmed se sienta en una silla de plástico mientras su hijo de tres años Aymen corre de un lado para otro y juega con un grupo de refugiados. Él también ha sido rechazado. “No te dan muchas razones. Vas, te hacen una entrevista y después te comunican que tu solicitud ha sido rechazada”, cuenta. Este paquistaní, de 37 años, cruzó la frontera con su mujer y un hijo recién nacido tras haber vivido y trabajado 22 años en Libia. Allí importaba productos médicos de multinacionales y los distribuía en el país, “también trabajaba con una empresa española, pero ya no recuerdo el nombre”. “Hay muchísimas cosas que faltan aquí, sobre todo para una familia. No solo agua y electricidad, sino también intimidad y tranquilidad. Son ya tres años aquí, en mitad del desierto, en mitad de la nada. Este no es un lugar apropiado para mi hijo. Estoy viendo cómo su futuro se viene abajo”.

La ONU no ha sido capaz de encontrar terceros países para recolocar a los últimos refugiados de Choucha. Por esa razón firmaron un acuerdo con el gobierno de Túnez, para que estos se integraran en su territorio, especialmente en las pequeñas y empobrecidas localidades del sur de Túnez: Medenine, Ber Gardane y Zarzis. Aunque la situación no es tan sencilla. “La nueva Constitución reconoce el derecho al asilo para refugiados, pero no hay ley ni sistemas para acoger a personas. Todo esto lo hace ACNUR, que otorga a algunas personas un estatus de refugiado. Este es reconocido por las autoridades tunecinas, pero solo para no deportarlas. Quitando eso, no da ningún derecho, no sirve para nada”. Esta es la lectura de la situación que hace Nicanor Haon, experto en migración del Forum Tunisien pour les Droits Economiques et Sociaux. Y añade en su correo electrónico: “Las deportaciones a Libia son una amenaza constante en el sur”.

Las experiencias de aquellos que han sido integrados tampoco son positivas. Abdelrahim Yahya Filli vive en Medenine con otros cinco compatriotas de Eritrea. Las mareas del Mediterráneo llevaron su barco a las costas tunecinas en vez de a las de Lampedusa. Pasó ocho días a la deriva y todavía baja la mirada al contar que ocho de las personas que navegaban con él murieron. Esto ocurrió en septiembre. Ahora tiene una tarjeta de refugiado, pero hasta el momento no le ha visto un gran uso. “Se supone que me iban a dar 120 dinares al mes (algo menos de 60 euros), pero después me dijeron que no, que eso es para las personas que llevan más tiempo. Tengo que pagar el alquiler de la casa y no sé de dónde sacar el dinero. No hablo árabe, no hay trabajos y cuando, alguna que otra vez, he sido capaz de hacer algo, me han acabado pagando la mitad de lo que habíamos acordado”. Abdelrahim no tiene duda, en cuanto tenga la oportunidad, volverá a Libia para intentar llegar a Europa una vez más.

En Choucha los tanques de agua están vacíos y muchas de las tiendas destruidas. Tal y como explican los refugiados, han tenido que romper los antiguos baños de la ONU para conseguir piezas con las que poder reconstruir sus tiendas. Todos se encuentran “cansados y hartos” de las condiciones en las que viven. Las mujeres se pasan los días enteros esperando junto a la carretera que lleva a la frontera para mendigar agua, comida y todo lo que los conductores estén dispuestos a darles. Mientras, los hombres deambulan por el campo, languidecen en sus tiendas o se juntan en el “Café”, como han denominado a una gran tienda equipada con televisores. "No tenemos nada que hacer, dice Mohamed, el somalí. “Es normal que a veces haya tensiones entre nosotros, como justo antes ha ocurrido. Pasamos demasiado tiempo dándole vueltas a nuestros problemas… Es mentalmente agotador”.

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