Ah, los extranjeros
La Vanguardia, , 17-03-2014IGNOT
Nadie es extranjero, decíamos. Porque la extranjería no define a nadie en lo que es. Cualquiera es de algún sitio, de algún lugar en el que ha nacido, vive o trabaja. La extranjería es algo sobrevenido accidentalmente cuando está, viviendo o trabajando, en un sitio donde no se le reconoce como propio, sino que lo separa como extraño, como de fuera, ajeno. Nadie, por tanto, es extranjero, sino que es la situación que le priva de algo lo que le convierte en no reconocido como ciudadano y excluido así de esos derechos que, en otro sitio, tendría sin ningún problema. Nadie es extranjero: se hace al extranjero por negación. Por eso, desde Mesopotamia y la Grecia arcaica, la extranjería es la marca de la alteridad: aquello que señala a alguien como otro, no reconociéndolo como propio. La extranjería es una marca de exclusión que distingue a aquellos que, como escribió Julia Kristeva, “han sido expropiados de su identidad de ciudadanos”.
Hace algo más de veinte años, Hans Magnus Enzensberger publicó un librito importante y muy polémico, titulado La gran migración (Anagrama). Ahí anunciaba visionariamente que se había puesto en marcha un “inaudito incremento cuantitativo” de los movimientos migratorios que iba a modificar la percepción europea respecto a los extranjeros. Ya entonces alertaba de las “imágenes apocalípticas” con las que se estaba creando “una atmósfera alarmista”. Estas cuestiones vuelven a ser, desgraciadamente, de actualidad a raíz de lo sucedido en Lampedusa, con la trágica muerte de 359 náufragos ante la indiferencia de las autoridades italianas, o en Ceuta, donde quince inmigrantes murieron tras ser rechazados con disparos por la Guardia Civil. Se insiste, estas semanas, en el vocabulario apocalíptico: “asaltos masivos”, “avalanchas”, “situación de emergencia”, “amenaza”. Las palabras preparan el terreno del rechazo y pretenden legitimar la reacción, del mismo modo que las palabras (como “extranjero”) configuran la identidad forzándola a ser definida por su alteridad.
Este clima nos convierte a todos en una parodia de aquel patético Giovanni Drogo, el protagonista de El desierto de los tártaros de Dino Buzzati que se pasó toda su vida militar en una fortaleza de frontera esperando la invasión, siempre anunciada pero siempre aplazada, de los ejércitos del norte, temibles por desconocidos, peligrosos por ignorancia.
Por ello, no es impertinente volver sobre lo que significa ser extranjero, como acaba de hacer de manera brillante y lúcida Richard Sennett en su último y muy valiente libro, El extranjero. Dos ensayos sobre el exilio (Anagrama). A través de dos textos tan breves como deslumbrantes, uno sobre el gueto judío de Venecia y otro sobre el emigrante ruso Aleksandr Herzen, Sennett se plantea la pregunta “¿qué significa forjarse la vida en un medio hostil?”. Y descubre, en dos contextos muy precisos, cómo funcionan los mecanismos de extranjerización y de fabricación de extranjeros allí donde, como sucede hoy en tantos lugares, y por supuesto aquí, la ideología del lugar se erige e impone contra los reclamos de la universalización ilustrada. Hoy lunes, Sennett da una conferencia en el CCCB: yo no me la perdería.
Paradójicamente, además, lo que sucede con los mecanismos de extranjerización es, en el fondo, un proceso de subjetivación negativa: con la extranjería que priva a personas de sus derechos como ciudadanos, y se los convierte en otros amenazadores, se opera una privación de lo que son, pues se les niega la posibilidad de habitar el lugar en el que están o al que llegan como si fuera un lugar propio. Así, la denominación de extranjero (“tú no eres de aquí”) no es el rasgo indicativo de una identidad, sino el estigma violento con el que se le excluye y se le niega la pertenencia a un lugar. Primero vienen las palabras. Luego, ya sabemos lo que sucede.
Hace setenta y cinco años María Zambrano salía de Barcelona para, tras atravesar los Pirineos, convertirse de por vida en una extranjera. Años después escribió unas páginas, dolorosas como pocas, sobre la condición del exiliado. ¿Y qué es hoy en el mundo global todo extranjero, si no un exiliado? Al salir del lugar propio, dijo, se produce “la irreversibilidad del paso de la frontera”: “ya nunca más se repararía, sin volver nunca a recuperar la situación que se perdía en ese momento”. Y así, el exiliado, convertido en extranjero, como ella entonces, ya siempre “anda fuera de sí al andar sin patria ni casa. Al salir de ellas se quedó para siempre fuera”, “hundiéndose, a medio hundirse, siempre a pique”. Pensar en ello, tantos años después, obliga, como todo en esta vida, a tomar posición: o por aquellos a los que la arbitrariedad jurídica excluye, abusando de su vulnerabilidad y fragilidad, o por aquellos otros que se atrincheran en la defensa de una fortaleza tan fantasmal como la frontera de Buzzati. No hay término medio.
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