Valla de la discordia
El Mundo, , 13-03-2014EL MINISTRO del Interior acaba de
reconocer que la fuerza pública no debió
disparar pelotas de gomas contra los
inmigrantes ilegales que trataban de ganar
a nado la tierra española. Al mismo tiempo
se informa de que esa frontera está siendo
remodelada en el sentido de sustituir las
vallas actuales, con sus cuchillas y lo
demás, por otras que no permitan el
escalo, pero, entre tanto, el menudeo de
entradas subrepticias ha hecho de verdad
de la frontera poco menos que un coladero.
Coinciden con estas novedades con los
informes policiales aseguran que cien
yihadistas se han desplazado desde
España a Siria y que nuestro país se ha
convertido en una auténtica «base
durmiente» de elementos radicales
islamistas. En teoría, nada debería tener
que ver la amenaza islamista con el
problema general de la inmigración, pero a
ver cómo eludir esa realidad, al parecer
constatada, de que no pocos inmigrantes
que llegan pidiendo humanamente la
oportunidad del asilo resulta que no son
más que agentes controlados en un vasto
plan terrorista de alcance mundial. ¿Qué
hacer, entonces, entornar la puerta de la
frontera exponiéndonos a convertirnos en
el cuartel de invierno de esa amenaza
universal, o cerrarla a cal y canto como
piden los radicales racistas de varios
países de Europa, supuesto, en cualquier
caso, irrealizable sin la ayuda decidida de
la Unión Europea? El debate de la
inmigración deberá tener en cuenta, se
quiera o no, la dificultad de hacer
compatible la actitud generosa con la
amenaza más que implícita que trae de
cabeza a nuestras policías. Al margen de lo
que ocurra en Francia o en Suiza, donde
los xenófobos ganan terreno día a día, aquí
habrá que discurrir la fórmula mágica que
logre superar esa incompatibilidad sin
convertirnos nosotros también en
xenófobos. Los lepenistas tendrán el
argumento servido, vale, pero hay que
reconocer que el propio radicalismo se
encarga de cargarle las escopetas.
El adecuado control de esas tensiones va
a constituir el problema por excelencia de
los años próximos, en el mejor de los casos,
pues resulta obvio que en cualquier
momento, con los conflictos en juego o los
que puedan surgir, forzarán a nuevos y cada
vez más rigurosos controles. En los años 60
los servicios europeos de inmigración
negaban la entrada en sus países tan sólo
por detectar caries en el inmigrante. Tras el
110-S y el 11-M, en nuestros fielatos se
juegan riesgos mucho más graves.
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