CITA EN EL SUR
Se prohíben croatas y niños
Diario Sur, , 08-03-2014Desde la ITB llegan fabulosas noticias: Málaga va a llenarse de alemanes. No todos tenemos la suerte de alegrarnos por datos como este. Así, la Suiza de Federer no admite la entrada de personas de la Croacia de Djokovic. Me parece razonable porque Suiza podría ensuciarse (sería Sucia en lugar de Suiza). Cuando vamos a Suiza queremos ver extensos lagos, blancas montañas y puntualidad, nada de croatas o búlgaros de cropán. Negros o árabes ni te cuento. El problema es que a lo mejor ya mismo no nos dejan entrar a ver esos lagos tampoco a nosotros que somos de los buenos (de hecho, no podríamos trabajar en Francia si gana mándame Le Pen). De momento sí dejan entrar a los niños, siempre que tengan pasaporte de un país propicio. Los niños, como los croatas y los marroquíes, rompen la paz social. Algunas veces, en algunas colas, uno de mis hijos no respeta la distancia corporal adecuada (la que trato de enseñarles), roza al señor de delante y el señor de delante se vuelve y le mira como si hubiese descubierto en el inmaculado recibidor del portal de su casa una cucaracha. Mi hijo, pienso, algún día pagará la pensión de ese señor que se cree Kafka y convierte a mi hijo en insecto. No digo que nos dé igual si estamos comiendo en un restaurante y nos dan un pelotazo, o si nos empujan los niños con sus juegos, o si se ponen a gritar justo al lado, pero de ahí a que en muchos sitios, aún no en Málaga, la hermosa París por ejemplo, haya que preguntar si en su restaurante permiten niños, señor, como si fueran perros, pues no, señor, llene su restaurante de limpios suizos (todos adultos) y yo me voy a un marroquí, donde intentaré además que mis niños no molesten al que se come su pastela en la mesa de al lado.
La verdadera crisis es que la crisis no nos sirva para mejorar, sino para sacar lo peor de nosotros mismos. Resurgen los partidos racistas y los sentimientos nacionalistas que celebran una casualidad como el nombre de la ciudad donde naciste sin querer y tu color y la religión que eligieron tus predecesores por ti. Al otro lado de la modernista Melilla, donde además del pescado bueno y del cuscús uno puede tomar churros con té moruno, eso sí que es alianza de civilizaciones, hay un monte con nombre de monte de cuento de miedo, el monte Gurugú, donde viven subsaharianos agrupados por lenguas y también por nacionalidades. No son pandilleros buscando diversión. Lo que buscan es un mundo mejor, como los granjeros de Oklahoma en ‘Las uvas de la ira’, el novelón de Steinbeck. Esperan bajo la lluvia el momento en que dejarse la piel en las malagueñas cuchillas, y nosotros esperamos que entren o no, pero que no llenen nuestro periódico de muertos, que ensucian, los emigrantes muertos son como los niños en la mesa de al lado. El mismo día de una de las mayores avalanchas de estos días, leemos que el embajador español en la República Democrática de Congo vendía visados por 2.900 euros. Ha sido destituido (ya lo fue en Nador hace años, pero le dieron un voto – o una bota – de confianza), pero no lo han detenido ni enviado al CIE de Capuchinos. Yo lo mandaba al monte Gurugú, a la Petit Bamako, con su pañuelo metódicamente doblado en el bolsillo de la chaqueta, sus zapatos caros, la camisa con sus iniciales grabadas. Sin pasaporte. Si consigue saltar la valla, podemos mandarlo de embajador a Suiza, sin niños ni croatas. Pero apuesto a que no lo conseguiría. Yo este verano sobrevolaré Suiza, cargado de niños, camino de la bella Croacia.
Por SUR.es
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