Populismos a babor

La Vanguardia, Fernando Ónega, 04-03-2014

Felicidades. Por lo escuchado en los últimos días, los dirigentes europeos, incluidos los españoles, han conseguido ver lo que todo el mundo venía viendo desde hace años: que en Europa hay populismos, que esos populismos crecen en votos y que, además, son euroescépticos. Según la descripción del jefe del Gobierno español, don Mariano Rajoy, están ahí con las peores intenciones: tratan de “dinamitar desde dentro el proyecto europeo”. Dentro de algún tiempo descubrirán también que esos populismos encierran algún peligro tan considerable como la destrucción de la idea europea: son excluyentes, extremistas y, en consecuencia, constituyen una amenaza para el propio sistema democrático.
El reto, por tanto, es frenarlos, impedir su acceso al poder y, de forma más urgente, impedir que lleguen masivamente al Parlamento Europeo el próximo 25 de mayo. Esas elecciones son la ocasión propicia para conectar con un electorado presumiblemente amplio, que encontrará en las urnas la oportunidad de expresar su malestar. Quizá sea erróneo meter en el mismo saco a euroescépticos y populistas, aunque coincidan en muchos aspectos. Hay euroescépticos demócratas, cuyo único pecado es desconfiar de las instituciones europeas, y hay populistas que no se atreven a serlo en el ámbito nacional, pero se toman las urnas europeas como un buen escenario de ensayo.
Si ahora coinciden en sus objetivos, o así lo ven los gobernantes, habrá que preguntar por qué. Y la respuesta es que Europa no funciona o no transmite la idea de que funcione. No supo resolver con rapidez la crisis económica. Sus instituciones no conectan con las necesidades sociales. No sabe tener una voz correspondiente con su importancia estratégica ante los grandes conflictos, ni siquiera ante el de Ucrania-Crimea. Todo eso crea desaliento y denuncia falta de liderazgo. Si las instituciones europeas fuesen útiles, no provocarían escepticismo. Si el sistema en su conjunto funcionase debidamente, no crecerían los populismos. Esto es tan elemental, que produce sonrojo escribirlo. Pero los dirigentes europeos no parecen saberlo. Si lo supieran, estarían en corregirlo y no en la simple lamentación.

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