En el calor y color de la noche
Steve McQueen se convierte en el primer director negro en llegar a lo más alto «Este momento es para todas esas mujeres negras sin nombre» HALLE BERRY «Me gustaría ganar tantos Oscar como Walt Disney» JACK NICHOLSON
El Mundo, , 04-03-2014«It’s time». Con esta frase, la distribuidora de 12 años de esclavitud apuró los últimos días de su campaña. ¿A qué se refería exactamente? Había llegado el momento, ¿pero de qué? El año pasado por estas fechas la discusión era cuál de las películas nominadas se acercaba más al espíritu de los tiempos. De los tiempos de Obama, claro. ¿Lincoln o Django desencadenado? ¿El discurso pragmático del hombre que más hizo por curar la herida más profunda de un país entero o el gesto maleducado y feroz del que reclama para sí el orgullo de ser perfectamente negro? Quizá, espoleado por este frenesí, este año se anunció plagado de producciones empeñadas en lo mismo.
Y ahí que aparecieron desde la ganadora en Sundance Fruitvale station, de Ryan Coogler, a El mayordomo, de Lee Daniels, pasando por la más evidente: Mandela: del mito al hombre, de Justin Chadwick. Cada una se anunció dispuesta a llegar a la misma meta de los Oscar empujadas por, quizá, el mismo aliento oportunista. No hubo manera. Ni la figura totémica de Oprah Winfrey mereció su lugar en el sol. Ni una triste nominación pese a la campaña feroz que congregó a las tres en el escaparate del Festival de Toronto.
Todas quedaron fuera, menos, en efecto, la película de Steve McQueen, el único hombre con el Oscar –el primero que recibe un negro– y el Turner. Es decir, el reconocimiento organizado por la Tate de Londres que anualmente reconoce al artista británico de menos de 50 años. Un momento, ¿británico? «La nacionalidad es sólo un accidente», contesta con gesto rutinario el director cada vez que asoma la rutinaria pregunta. Sea como sea, la película es cualquier cosa, menos rutinaria. Ni un sólo fotograma de la historia autobiográfica de Solomon Northup está ahí para complacer; para activar el más pequeño de los gestos condescendientes. A la altura de su producción anterior, McQueen utiliza la cámara como un bísturi siempre pendiente de la herida de la carne. Así fue en Hunger, en Shame y vuelve a ser aquí. Y a la misma altura, los actores. Tanto Chiwetel Ejiofor como la estella del momento, la mexicana-nigeriana-americana Lupita Nyong’o, se ofrecen en toda sus visceralidad. Ni un gramo de su trabajo amaga con no ser necesario. Bien por el Oscar para ella.
De alguna manera, Hollywood ha sabido elegir el momento preciso para decidirse por la más cruda y menos protocolaria de las propuestas. De repente, el espectador es invitado a experimentar, antes que sufrir, con el protagonista la crueldad inerme y profundamente absurda de la esclavitud. Pero sin adulterar ni un gramo la dureza de lo cierto. No se trata de denunciar ni de buscar la identificación del espectador con la víctima; se trata tan sólo de relatar lo que pasó dela única forma honesta: dejando que sangre la herida.
A un lado la estéril discusión sobre si se trata o no de la mejor película del año; lo cierto es que la industria ha visto en ella el mínimo de honestidad exigible a la primera cinta sobre «el holocausto americano», que diría Tarantino, que alcanza los mayores honores. La historia de Salomon Northup no es el cuento antiguo de un individuo desgraciado. Estamos ante la más inmisericorde disección de la condición humana. «It’s time».
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