Galicia

El código penal de los gitanos

El destierro de los Cortiñas visibiliza una ley ancestral basada en el respeto

La Voz de Galicia, López Penide, 28-02-2014

El crimen de María Luisa Jiménez Jiménez, Lupe, ha puesto de manifiesto que, pese a los siglos de convivencia entre payos y calós en España, algunas de las tradiciones de estos últimos siguen siendo un misterio para los primeros. El caso más paradigmático es el concerniente al destierro de la familia del único detenido, una medida que no solo se limita a los delitos de sangre y que no es la primera vez que se pone en práctica en Pontevedra o Galicia.

Así, Sinaí Giménez recordó estos días el caso de un vecino de O Porriño al que, pese a pertenecer a una familia de abolengo, se le prohibió entrar en el municipio pontevedrés después de que le hubiera robado una furgoneta cargada de mercancía a un ambulante. El conocido como el príncipe gitano dejó claro, en todo caso, que estas medidas buscan garantizar la paz social y evitar, en la medida de lo posible, que los familiares de José Cortiñas puedan sufrir represalias.

La columna vertebral de esta cultura la conforman los vínculos familiares, de modo que cualquier acto de un individuo, sea positivo o negativo, se extrapola al resto de sus parientes. Esto explica que el clan gane o pierda prestigio en función de sus conductas.

El alejamiento de los Cortiñas fue adoptado por un consejo de ancianos tras estudiar el trasfondo del suceso. Si bien no son la máxima autoridad en su sociedad, pues por encima de ellos está el rey gitano, que se remonta a una tradición generacional con más de doscientos años de historia, lo cierto es que las decisiones del consejo son ley. Ahí reside una de las grandes manifestaciones culturales del pueblo caló: el respeto hacia sus mayores. Tal y como refiere Silvia Velando en su blog El lado correcto de la historia, «la autoridad entre los gitanos va del más viejo al más joven y del hombre a la mujer».

No obstante, en los últimos años desde distintos sectores se está intentando cambiar el papel que la tradición venía asignando a la mujer. Es un proceso muy lento, lo que explica que aún la inmensa mayoría sigue siendo prácticamente la responsable única de sacar adelante la casa y los hijos, pero, al mismo tiempo, tiene que colaborar en la economía doméstica. «Es la que gestiona la casa, la que gestiona el hogar y, de alguna manera, es el 75 % del matrimonio», reseña Sinaí Giménez. En este marco, el crimen de Lupe supuso la ruptura de un tabú atávico para todo «gitano puro»: la muerte violenta de una mujer. Todos las fuentes consultadas coincidieron en que es la primera vez que tienen conocimiento de un hecho de esta naturaleza: «El gitano ni mata, ni viola a una mujer», sentenció.

La raíz de este pensamiento parece estar en la propia concepción del matrimonio gitano con un número importante de hijos. María Luisa estaba embarazada del que sería su séptimo vástago a los 37 años. «Es una madre que está criando y cuidando de sus hijos en una situación de escaso poder adquisitivo. Tiene que luchar doblemente. Por un lado, contra los perjuicios que aún existen y, por otro, por sacar a una familia adelante en situación extrema de pobreza. El papel de la mujer es lo que hace impensable el poder asesinarla. Por eso el crimen rompe con nuestra cultura».

Precisamente, una de las diferencias más mediatizadas se ubica en las bodas y todo lo que rodea a la celebración que, en algún caso, puede extenderse varios días. Ya no solo se trata de que los contrayentes lleguen muy jóvenes al matrimonio, sino que uno de los valores fundamentales que se les exige es el de la pureza «si la esposa no es virgen, solo se podrá casar si encuentra un varón soltero dispuesto a juntarse», explicó un patriarca de O Vao. De ahí, la prueba del pañuelo en el que la sangre es símbolo de pureza.

Junto el de la pureza, otros dos valores venerados por los gitanos son la fidelidad exigida tanto en el seno del matrimonio como en el mantenimiento de los vínculos familiares y el de la palabra. Esto explica que se conozca como gente de respeto a aquellos individuos que «todo el mundo sabe que cuando dan su palabra, la cumplen».

No obstante, uno de los pilares de la cultura gitana lo configura el culto a la muerte. No en vano, la escritora Marie-Paul Dollé reseñó que «los payos son personas vivas condenadas a morir, mientras que los gitanos son condenados a muerte escogidos para vivir».

Mención aparte merece la lengua caló, una variante del romaní, y que prácticamente ha caído en desuso en España. Hoy en día, solo los ancianos y adultos conocen algún giro o expresión.

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