Ha­ce unos años, allá por el 2007, cuan­do la cri­sis no aca­pa­ra­ba los ti­tu­la­res de los dia­rios, pa­se­ar por las ca­lles del cen­tro de Salt (Gi­ronès) era una ex­pe­rien­cia es­ti­mu­lan­te. Era co­mo via­jar a un país des­co­no­ci­do, po­bla­do por mul­ti­tud de et­nias, con cien­tos de per­so­nas ata­via­das de for­ma co­lo­ris­ta y di­fe­ren­te. Sie­te años des­pués que­da el exo­tis­mo, pe­ro el bu­lli­cio y la alegría de an­taño han de­sa­pa­re­ci­do.