La Guardia Civil busca en Melilla los «topos» que organizan los saltos a la valla

La Razón, J. M. Zuloaga, 24-02-2014

¿Un tiroteo? No, un salvamento. Hay escenas, hechos reales que, con todos sus detalles y pese a acaecer en el plazo de pocos minutos, resumen las consecuencias de lo que ha sucedido en las últimas semanas en España y los ataques que han sufrido el Gobierno y la Guardia Civil. En los alrededores del Puerto de Melilla, el sistema de vigilancia de la Benemérita detecta la llegada de una embarcación semirrígida, tipo zodiac, dotada, por la velocidad con la que se desplaza, de un potente motor. A la caña, un individuo que parece conocer la zona por las maniobras que realiza para no ser detectado. En el interior de la embarcación hay 14 subsaharianos, que habrán pagado cada uno entre 1.500 y 3.000 euros. El «patrón» forma parte de la expedición, no paga y también pretende quedarse en España.
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La Guardia Civil, que, pese a todo lo que de manera injusta se ha dicho del Cuerpo, mantiene la moral, el amor al servicio y el cumplimiento de las misiones encomendadas, se prepara para el auxilio de la embarcación y, si fuera necesario, el abordaje de la misma. Inopinadamente, ante la presencia de la unidad de los GEAS (Grupo Especial de Actividades Subacuáticas), los inmigrantes se lanzan al agua. Unos saben nadar, otros no.

Los agentes se lanzan al agua sin pensárselo un segundo y logran salvar a todos: a los que avanzaban con unas dotes de natación que a lo peor no les hubieran permitido alcanzar la orilla y a los que corrían el riesgo real de ahogamiento. Son alertados los servicios sanitarios. Tres subsaharianos sufren hipotermia. Todos ellos, una vez repuestos, son conducidos a la Comandancia de Melilla para posteriormente ingresar en el CETI (Centro Temporal de Estancia de Inmigrantes).

El «patrón», con una altanería e incomprensible confianza en sí mismo, como si los guardias fueran a mirar para otro lado, se enfrenta con ellos, primero de palabra y después a golpes. Es reducido y detenido. Se le acusará de un delito contra los derechos de los ciudadanos extranjeros, según el artículo 318 bis del Código Penal, castigado hasta con ocho años de cárcel. El juez de guardia, del Juzgado Número 2 de Instrucción y decano de la Audiencia, Emilio Lamo de Espinosa, es informado de lo ocurrido en todo momento.

Los hechos requieren un análisis. En las últimas semanas algunos partidos, sindicatos y grupos sociales han proyectado una imagen falsa de la Guardia Civil, y se ha llegado a decir sin rubor que varios agentes tirotearon a los inmigrantes que murieron en Ceuta el pasado día 6. Se ha pretendido transmitir, de una manera irresponsable, la imagen de la Benemérita de que ataca y agrede a inmigrantes (en función de órdenes superiores que, según lo escuchado, debían de partir directamente de Castellana 5 en Madrid, sede del Ministerio del Interior, o desde la mismísima Moncloa). Absurdo de todo punto.

¿Qué ocurre? Pues lo que se vio en la noche del jueves en el Puerto de Melilla. Unos creen que los guardias poco menos que los van a sumergir en las profundidades, con pelotas de gomas o no; y otros, más «leídos», pero mal informados por creer a determinados medios españoles, que los agentes de la Benemérita están desmoralizados, que van a relajar la vigilancia, que van a mirar hacia otro lado y, en caso contrario, pueden agredirlos a mamporros sin que le ocurra nada. Craso error.

Pero la noche no ha hecho más que empezar. El intento de entrada por el puerto puede ser, ¿por qué no?, una maniobra de distracción para centrar a la Guardia Civil en un punto e intentar un nuevo salto del vallado. La noche, después de unos días de lluvia, es estrellada, pero los recovecos y las distintas alturas por las que discurre hace que las patrullas de la Guardia Civil sean poco visibles. Están ahí y permanecerán hasta que concluya su turno.

«Sin novedad»

«Sin novedad», «sin novedad», repiten los agentes ante la presencia del mando. Hay datos que, por razones operativas, no deben ser revelados, ya que forman parte de un sistema de vigilancia, en colaboración con las Fuerzas Auxiliares. Valga como anécdota que cuando el periodista cree ver en una pantalla térmica a uno, dos, cinco, nueve ¡11! Inmigrantes que se dirigen a una zona boscosa, el experto de la Benemérita se vuelve con una sonrisa y dice: mire usted (a los agentes no hay quien les apee el respeto que tienen por los paisanos, como nos llaman a los que no formamos parte del Cuerpo), son jabalíes. Pues es verdad, y el periodista se percata de ello cuando observa la pantalla con un poco más de atención. La cámara está instalada en el automóvil llamado «Centinela», dotado de los más sofisticados medios de vigilancia nocturna, que pueden detectar a muchos kilómetros cualquier movimiento. Junto con las cámaras similares instaladas en el helicóptero, constituyen los «ojos de la Comandancia», según comenta un mando.

Al otro lado de la frontera, los miembros de las citadas Fuerzas Especiales están a la espera de cualquier señal. A veces la comunicación se realiza con elementos lumínicos, en teoría muy sencillos pero con una efectividad tremenda. Y cuando la situación lo requiere es el helicóptero de la Guardia Civil, con sus potentes focos, el que colabora con unos y otros, a veces a petición de los propios marroquíes, dentro de ese clima de colaboración existente.

Avanza la madrugada, se acerca la hora del cambio de guardia, momento que aprovecharon los últimos inmigrantes que lograron saltar el vallado. Se redobla la atención. Pronto amanecerá. Pero, afortunadamente, no ocurre nada.

Sobre el último salto, en el que consiguieron entrar unos 150 inmigrantes de los 300 que lo intentaron, se observó algo de lo que ya tenía algunas sospechas la Unidad de Análisis e Inteligencia gracias al trabajo que realizan a diario los agentes, tanto en Melilla y la colaboración con sus homónimos de la Gendarmería Real marroquí y las Fuerzas Especiales.

Los subsaharianos ya no actúan en plan marabunta caótica, en la que el que tenga más suerte logrará entrar en Melilla. Al comienzo del salto es lo que parece, pero rápidamente se observa que existe una organización. En las primeras filas van los más fuertes y preparados, para intentar «romper», mediante el lanzamiento de piedras y otros objetos, la oposición que realizan los agentes marroquíes y los de la Guardia Civil. En ese momento, y observado el despliegue de la Benemérita, se dividen en grupos que, rápidamente, emprenden el salto por una zona cercana. Ya en territorio español saben perfectamente lo que hacer, qué calles seguir, hasta llegar a la Jefatura Superior de Policía (donde se les abrirá un expediente de expulsión, que terminará con ellos en la Península) o directamente al CETI. En ese último salto, como todos quisieron entrar a la vez, derribaron uno de los vallados del aparcamiento de automóviles.

Sobre quién alecciona a los inmigrantes, la respuesta fácil es la de acusar a las mafias que trafican con seres humanos, pero no es así, ya que la misión de estos indeseables es llevarlos, previo pago de su importe, hasta las cercanías de la frontera, que en este caso vale también para Ceuta. No. Existen sospechas, evidencias, por juicios que se han celebrado en Melilla contra quien acogió en su domicilio (¿por qué fueron allí?) a unos inmigrantes que acaban de saltar el vallado. Además, una serie de ONG que se jactan de mantener contacto telefónico habitual con los que aguardan para dar el salto. Algunos de sus miembros han sido vistos en las zonas en las que se iban a producir los saltos para, según se cree, asegurar la repercusión mediática del suceso. Como se trata de un asunto que se investiga con la minuciosidad y la discreción que requiere el caso, no conviene dar más datos. Pero es una de esas situaciones que tanto se dan en la vida: todos los sabían pero nadie lo pudo demostrar. Veremos qué ocurre en el futuro, porque la profesionalidad de la Guardia Civil está más que demostrada. Al cierre de este reportaje, a última hora del sábado, la Guardia Civil permanecía con más atención si cabe en el vallado. Habían llegado noticias de que entre 200 y 300 inmigrantes subsaharianos estaban a punto de llegar a las proximidades de Melilla en territorio marroquí, en el Monte Gurugú, en el que ya se encuentran 1.700.

2.000 seres humanos desesperados, que han recorrido tanto camino para intentar entrar en la Unión Europea, en donde les han dicho que hallaran trabajo, dinero y estabilidad, se convierte en una bomba en potencia que puede estallar en cualquier momento. Un número tan grande puede provocar marabuntas integradas por más de 500 individuos, un auténtico problema para cualquier Fuerza de Seguridad, por muchos medios humanos, materiales y técnicos de los que disponga. La colaboración de Marruecos es fundamental. La unidad de nuestros políticos, en apoyo a las Fuerzas de Seguridad y a nuestro Gobierno, ya que se trata de un asunto de Estado, es algo sobre lo que se sientan responsables deben reflexionar.

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