13 años después de los encierros

El Periodico, CATALINA GAYÀ , 24-02-2014

El ayuno empezaba ayer a las 11.00 horas en la iglesia del Pi. En el templo, los turistas tomaban fotos. En el teatro de la iglesia, unas 15 personas rememoraban un suceso que, 13 años después, aún se recuerda como una victoria ciudadana. En el 2001, centenares de personas –inmigrantes sin papeles– se encerraron en varias iglesias de Barcelona protestando contra la política migratoria del PP. La protesta tuvo sus frutos: se abrió un proceso de regularización extraordinario. Hoy la situación es, en muchas cosas, la misma y, en muchas otras, muy diferente.
Hace 13 años, Barcelona se volcó en esos encierros. En octubre del 2012, la Organización Internacional para las Migraciones publicó un informe en el que advertía que, en España, «se está potenciando la imagen de la inmigración como un excedente indeseable».
Ayer, durante el ayuno, se recordó a los 15 inmigrantes muertos en Ceuta. Se hizo un minuto de silencio por las personas que se ha tragado el Mediterráneo y por aquellos que han desaparecido en el Sáhara. En el corrillo, había hombres que, tras 9 o 13 años aquí, siguen sin papeles y había historias con las que escribir la enciclopedia de la desigualdad.
Entraba y salía la gente, siguiendo un hilo invisible que unía la plaza de Sant Jaume y la iglesia: en la plaza unas 400 personas reclamaban que se cambie la política migratoria; pedían que no «hubiera más muertos en los CIE», y que sea posible obtener el permiso de trabajo con el informe de arraigo –o el certificado de esfuerzo de integración– y sin tener un contrato laboral de 40 horas semanales durante un año, un requisito que exige el reglamento.
Preguntaba un senegalés: «¿Quién tiene un contrato hoy en día en España?». En la plaza, se vivía la fiesta. Estaban miembros de Papers per a Tothom, de la Federació d’Associacions de Veïns i Veïns de Barcelona, de la Xarxa de Suport als Assentements del Poblenou y de la plataforma Tanquem els CIE.
Faltaban vecinos de Barcelona y estaban, con nombre y apellidos, mujeres nigerianas, hombres senegaleses, mujeres chinas, hombres pakistanís, marroquís, bengalís: personas invisibles que forman parte de la vida de Barcelona, pero de los que sabemos poco, muy poco.
En la iglesia del Pi, en el barrio Gòtic, como también en la de Sant Medir, en Sants, la dialéctica era calmada; muchas veces, emotiva. Afloraban muchas de las contradicciones de una sociedad globalizada en un mundo de fronteras: la mayoría de los que estaban ahí llegaron a Europa en busca de un sueño hecho de siglos de mentiras y que no existe más allá de un modelo mediático irreal.
Salieron veinteañeros. Algunos cruzaron África. Otros llegaron en avión desde Asia. Se encontraron solos en Barcelona. Muchos pagaron entre 2.000 y 8.000 por tener un contrato laboral que, después,más muertos en los CIE», y que sea posible obtener el permiso de trabajo con el informe de arraigo –o el certificado de esfuerzo de integración– y sin tener un contrato laboral de 40 horas semanales durante un año, un requisito que exige el reglamento.
Preguntaba un senegalés: «¿Quién tiene un contrato hoy en día en España?». En la plaza, se vivía la fiesta. Estaban miembros de Papers per a Tothom, de la Federació d’Associacions de Veïns i Veïns de Barcelona, de la Xarxa de Suport als Assentements del Poblenou y de la plataforma Tanquem els CIE.
Faltaban vecinos de Barcelona y estaban, con nombre y apellidos, mujeres nigerianas, hombres senegaleses, mujeres chinas, hombres pakistanís, marroquís, bengalís: personas invisibles que forman parte de la vida de Barcelona, pero de los que sabemos poco, muy poco.
En la iglesia del Pi, en el barrio Gòtic, como también en la de Sant Medir, en Sants, la dialéctica era calmada; muchas veces, emotiva. Afloraban muchas de las contradicciones de una sociedad globalizada en un mundo de fronteras: la mayoría de los que estaban ahí llegaron a Europa en busca de un sueño hecho de siglos de mentiras y que no existe más allá de un modelo mediático irreal.
Salieron veinteañeros. Algunos cruzaron África. Otros llegaron en avión desde Asia. Se encontraron solos en Barcelona. Muchos pagaron entre 2.000 y 8.000 por tener un contrato laboral que, después, resultó ser falso. Casi todo los que estaban ahí tienen claro que, sin papeles, habitan en un limbo vital: demasiados años en este mundo y demasiados años lejos del otro. Lo ejemplificaba un hombre, de Senegal: «Nos piden el certificado de antecedentes penales. Yo llevo 13 años en Catalunya».
El patio era el mismo que hace 13 años. Una gata se paseaba entre las piernas. Un hombre de la India decía que le han negado la nacionalidad porque «no está suficientemente integrado». Lleva 14 años en España. Le pidieron que pronunciara el nombre del alcalde de Zaragoza. Nadie en ese corrillo sabía el nombre de ese alcalde.

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