Isaías se paró en Ceuta
La Vanguardia, , 24-02-2014Como Cristo se paró en Éboli, el profeta Isaías parece haberse detenido antes las puertas de Ceuta. Los inmigrantes muertos en los sucesos de principios de febrero siguen repasando con su dedo, incrédulos, las líneas que muchos conocemos: “Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que ves desnudo”…, “pero siempre que no sea subsahariano” parecen querer agregar algunos. A partir de aquí razón de Estado, una tiranía cotidiana, contra Isaías: “Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas”. Isaías, definitivamente, se paró ante la puertas, cerradas y blindadas, de Ceuta.
MESEGUER
Muchos de los que mandan, de quienes les votan, de quienes les animan no quieren reconocer que el propio Jesús fue un emigrante, un perseguido y un prófugo. Emigrante por dos veces, la primera cuando sus padres lo arrastraron al exilio de Egipto huyendo de la persecución de Herodes el Grande, como relata Mateo, y después cuando volvió para instalarse en Nazaret. Perseguido porque su mera existencia, supuestamente, amenazaba al poder del rey y, en consecuencia, prófugo por la necesidad de salvar su vida.
Este emigrante, prófugo y perseguido que fue Jesús no hubiera tenido la más mínima posibilidad de salvación en un mundo como el nuestro, abrumado de papeles, sellos, timbres y plagado de controles y vallas metálicas. Su voz se hubiera hechos jirones ante las concertinas que coronan nuestras barreras. Esta es una nueva prueba de que, hoy, la Iglesia católica se enfrenta al reto de variar su axioma tradicional que certificaba que el tiempo era superior al espacio. Dios se encuentra, sí, en el tiempo y se manifiesta en los procesos en curso, como ha señalado el papa Francisco, pero el ser humano, y especialmente su maldad, se muestran más que nunca en el espacio.
El mensaje de Jorge Mario Bergoglio comienza a introducir, con mucho sentido, el matiz geográfico en su argumentación fundamental. “Vivir descentrado”, “habitar en la periferia”, “existir fuera de uno mismo”, “salir de nuestra propia existencia”, “abrir espacios nuevos”… son referencias que nos mueven a alterar la geografía del statu quo. Francisco nos invita a no caer en la tentación de “domesticar las fronteras, sino a salir al encuentro de esas mismas fronteras”. Y lo hace porque intuye, a mi modesto entender, que es en las fronteras, en las de la vida, del amor, de la ciencia y por supuesto de la nación, donde se juega el destino de un ser humano. Se avanza por la frontera, no por las cálidas tierras medias. “Somos los confines del mundo. El límite no es algo externo, extrínseco. Lo encarnamos, lo habitamos. Eso somos”, escribió el filósofo Eugenio Trias.
La incertidumbre geográfica (y la firmeza temporal) de la que la Iglesia católica es heredera se está acabando. Abraham, por la fe, salió sin saber a dónde iba. Los inmigrantes subsaharianos tampoco sabían bien dónde se metían. ¡Pero ahí estábamos nosotros para recordárselo! Isaías se detuvo en Ceuta y con él, la idea de que no es uno quien fija el tiempo y el lugar para encontrarse con Dios, sino que es Él mismo quien lo hace. No, ya no es así. Hoy es el Ministerio del Interior quien fija dónde se acaba el camino, dónde finaliza el trayecto, dónde se interrumpe el andar, el hacer, el buscar…
Y al ver a uno de esos inmigrantes subsaharianos, convenientemente agrupados en “avalanchas” mostradas impúdicamente con objetivos infrarrojos que resaltan su carácter de objetivo misilístico, es el Ministerio del Interior quien decide que no, que ya no se puede buscar a Dios en toda vida humana, que Dios no está en la vida de todas las personas y menos si eres subsahariano. Y que ya es hora de traer la frontera a casa para “darle un barniz y domesticarla”. Cuenta el papa Francisco que es el tiempo el que inicia los procesos y el espacio el que los cristaliza y que la misión de los cristianos no es ocupar espacios, sino poner en marcha procesos. Tal vez lo decía porque los espacios ya están ocupados.
¿Confiar en el tiempo? Sí. ¿Trabajar en el espacio? Sin duda. Nada como un instante de la vida de Juan XXIII reunió en sí mismo la disyuntiva ante la que la Iglesia católica se mueve hoy en el mundo. Recuerdo una fotografía en la que se le ve meditativo ante un enorme globo terráqueo… El autor de la encíclica Pacem in terris tal vez pensaba que su potente mensaje de paz universal, ubicuo y global, necesitaba un poco más de sensibilidad geográfica, especialmente ante esas fronteras que son capaces de detener, incluso, a los profetas.
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