Dos subsaharianos denuncian que recibieron pelotazos en el Tarajal
«Me dio en el ojo mientras nadaba y sentí que la cabeza me ardía», dice Sedou Kande
El Mundo, , 24-02-2014Dos testimonios que ha recogido EL MUNDO este pasado viernes en el boscoso monte de Marruecos cercano a la frontera ceutí contradicen la versión oficial del Gobierno español sobre lo ocurrido el pasado 6 de febrero en el Tarajal, cuando murieron 15 subsaharianos que intentaban entrar a nado en Ceuta.
«¡No es verdad!», rebaten Sedou Kande y Moussa Sandang al denunciar que varios guardias civiles dispararon a los que nadaban desesperados por llegar a ella. Aseguran que ellos mismos sufrieron los impactos. Sedou Kande tiene el ojo izquierdo cerrado y le lagrimea. «Yo intentaba acercarme a la orilla española pero un guardia español, muy, muy alto, con casco, me disparaba pelotas de goma desde arriba, en la escollera de la valla. Él estaba muy cerca, a un metro y medio. Yo estaba nadando, giré la cabeza y me pegó una pelota de goma en el ojo. Otra me dio en la espalda pero no me hirió. Cuando me dio en el ojo sentí que la cabeza me ardía como fuego».
Kande dice que casi pierde la consciencia y que se podría haber ahogado de no ser porque otros guardias a bordo de una lancha lo salvaron. Le echaron una cuerda, lo subieron a bordo y lo trasladaron a la playa española del Tarajal. De allí lo devolvieron a Marruecos.
El pelotazo en el ojo de su amigo no fue un caso aislado, asegura Moussa Sandang. «A mí me golpearon tres pelotas mientras nadaba: una en la frente, otra en el brazo derecho y otra en la espalda», detalla. La que le impactó en la cabeza le hizo sentir «fuego», dice usando la misma metáfora que su compañero de campamento. «Las pelotas caían por todas partes alrededor. No sólo me dieron a mí, fueron a muchos más. Además había gas y no podíamos respirar bien». Sandang sostiene que los pelotazos a mansalva (El Pueblo de Ceuta dice que se gastaron cuatro cajas de 100 pelotas cada una) contra los nadadores y la nube de humo que se extendió desde tierra hasta la superficie del agua por los proyectiles fumígenos lanzados por los antidisturbios de la Guardia Civil contribuyeron a la tragedia. Se mezclaban el pánico, los impactos directos, la inhalación de gas y el peso de la ropa que llevaban puesta bajo sus chalecos salvavidas y flotadores artesanales, que a muchos se les desprendieron en medio del tumulto.
En la carretera que va desde el lado marroquí de la frontera del Tarajal hacia Tánger pasan las horas en la cuneta pequeños grupos de jóvenes de países subsaharianos, mendigando ayuda de los conductores. Preguntando, varios dicen al periodista que ellos no estuvieron en la avalancha del 6 de febrero, pero señalan a uno que sí lo vivió. Moussa Sandang cuenta que es uno de los que consiguieron el sueño de llegar a nado a suelo español, aunque le valió de poco. Fueron devueltos minutos después a Marruecos, 23 según la cifra que dio Interior. Habla en mandinga y su compañero Lamin Jammeh, de Gambia, traduce al inglés. Relata que tiene 26 años, que procede de Guinea Bissau y que allí dejó hace cinco meses a su esposa, Mariam, y a sus hijos, de dos años y ocho meses. Allí era comerciante. Explica para disipar sospechas que no habla el portugués de esta antigua colonia lusa porque él es de la región de Kabu, cercana a Guinea-Conakry, donde no se usa.
Según su relato de lo ocurrido el 6 de febrero, esa noche unas 300 personas de diferentes países, sobre todo de Camerún, Guinea-Conakry y Mali, se pusieron en marcha desde sus campamentos en los montes que rodean Ceuta hacia la frontera del Tarajal para intentar entrar en España por el mar, rodeando la escollera coronada con una valla de unos seis metros de altura que se adentra unos pocos metros en el agua. Lo que probaría que su plan era ése y no entrar al asalto a pie por la carretera y el puesto fronterizo es que la mayoría iba pertrechada con chalecos salvavidas y flotadores, unos de fabricación industrial y otros artesanales. «La idea era pasar por el agua, que es más fácil. Yo llevaba puesto un salvavidas que había comprado. Iba vestido, con la misma ropa que llevo ahora». ¿Toda la ropa? «Toda, desde las zapatillas al anorak».
«Después de cuatro horas de marcha, sobre las 6.00 horas [hora de Marruecos, las 8,00 horas en España] llegamos a la frontera. Había seis guardias marroquíes. Dieron la alarma y acudieron refuerzos. De los 300 que íbamos, más de 200 nos lanzamos al agua». España estaba a muy pocos metros, pero los guardias civiles los repelieron para que no entrara ni uno, «primero con bombas de humo y luego con pelotas de goma». Algunos agentes españoles, insiste Moussa, disparaban desde la escollera de la valla hacia los que iban ya nadando, a menos de 10 metros de distancia. El humo se les metía en los pulmones. Su salvavidas le ayudó a mantenerse a flote cuando le dio el pelotazo en la frente y lo dejó aturdido y con la vista nublada.
Cesó el lanzamiento de pelotas y pudo alcanzar la playa española. «Me esposaron las manos por detrás de la espalda con esposas de plástico y me quedé sentado en la arena hasta que, unos 10 minutos después, los guardias españoles nos devolvieron a Marruecos. A algunos que intentaron escapar corriendo volvieron a dispararles pelotazos. Al volver a la playa marroquí vi ocho cadáveres en la arena. Entre ellos sólo reconocí a Alem, de Camerún». ¿Agredió a los guardias? «No, yo no tiré piedras». Dice que fue sólo después de repelido el paso por mar cuando, frustrados y enfadados, algunos lanzaron piedras contra los agentes españoles, «pero sólo fue un minuto». «Cuando nos metimos en el mar nadie había atacado a los guardias», precisa. De modo que, según su relato de parte, los pelotazos con que fueron rechazados en el agua no fueron la respuesta a una agresión previa.
Moussa y sus compañeros de bosque informan de que hay un herido de aquel día que aún tiene secuelas. Lo llama por el móvil («éste es nuevo, el que tenía se me salió del bolsillo mientras nadaba») y conduce a su encuentro por un sendero abierto en la maleza. Al fondo se ve el Estrecho y un trocito de Europa. Sedou Kande, de 20 años, también de Guinea Bissau y la región de Kabu, sigue sin poder abrir el ojo izquierdo desde que se lo cerró, asegura, un guardia español de un pelotazo mientras nadaba hacia España aquel amanecer del 6 de febrero. «Estando nosotros en el agua nos disparaban con pelotas de goma y gas. Yo movía las manos pidiendo ayuda porque no podía ver nada, y no hacía pie con el fondo». Lo rescataron otros guardias españoles en una lancha. «En la orilla me esposaron con las manos por detrás y me obligaron a ponerme de rodillas en la arena. Me decían que me iban a llevar al hospital en Ceuta, pero en vez de eso me entregaron a Marruecos. Me llevaron al hospital de Tánger, me dieron unos medicamentos para el ojo y me mandaron de vuelta al bosque. Necesito que me vea un médico».
Tuvo suerte de salir vivo. «Mi amigo Samba Banyae murió ese día. Era también de Guinea Bissau. Tenía 25 años. Han llevado su cuerpo a Casablanca, como los demás. Yo llamé a su familia para decirle que había muerto». Tuvo que hacerlo con un móvil prestado, porque lo perdió tras la tragedia. «Los guardias fronterizos marroquíes desmantelaron nuestro campamento y nos robaron todo. A mí me quitaron el bolso y el móvil».
«Estamos diciendo la verdad», asegura Sedou Kande. Al despedirse para volver a su refugio pide sin rencor al Gobierno: «Que no nos disparen. Y, cuando entremos en España, que no nos echen».
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