Se ahogaron solos

Público, David Torres, 21-02-2014

En España no somos racistas porque, como dice el viejo chiste, afortunadamente aquí no hay negros. Y a este paso, menos que va a haber. Creo que era José Luis de Vilallonga quien contaba el estupor que sintió cuando invitó a comer a un amigo estadounidense a un restaurante de Madrid y durante la comida uno de los comensales soltó: “¿Ve? Nosotros no somos racistas. Aquí estamos sentados todos comiendo tranquilamente y no nos importa nada que usted sea negro”.

Yo he sentido algo más que estupor al leer y escuchar ciertos comentarios de los mamporreros del régimen sobre la muerte nada accidental de quince subsaharianos en la playa de Tarajal. En uno de sus cursillos acelerados de periodismo, Arcadi Espada le reprochaba el otro día a Luis García Montero haber empleado temerariamente la metáfora del ahogamiento para expresar su solidaridad con los muertos. “Nosotros, los ahogados”, había dicho hermosamente Montero antes de que el Ludwig Wittgenstein de la prensa patria le recriminase que una metáfora, para ser consecuente, hay que llevarla hasta sus últimas consecuencias y que, de no ahogarse junto con las víctimas, mejor haría en callarse. A Espada, como dejó dicho en el Congreso de Columnismo de Málaga, le repugnan mucho las metáforas. La repugnancia es mutua y rara vez asoma alguna a esa prosa de supermercado con la que da lecciones al personal como el señorito en el casino del pueblo. Aun así, a Arcadi le suponemos suficientes estudios como para saber que una metáfora no tiene por qué cumplirse en el plano real. La de ojos licuados y labios florecidos que habría pululando entonces por la calle.

Con todo, lo de Arcadi es una menudencia comparado con la cátedra superior de racismo que impartió Alfonso Merlos en 13TV, una cadena a la que el número le va que ni pintado. “Un africano cuando salta no sabe si está en Sevilla en Málaga o en Barcelona”. “Malí no es ni siquiera un país, es una cosa que está ahí”. “No hace falta que la Guardia Civil haga lo que tenga que hacer, que es disparar de forma disuasoria contra el agua; los africanos que vienen aquí son como un niño que tiene un año y medio, no saben nadar, se ahogan solos”.

Utilizo las comillas como chaleco salvavidas, como protección para intentar que no me salpique el asco, porque es difícil leer o escuchar esto sin sentir un profundo asco de pertenecer a la misma raza que Merlos. Que no es la blanca sino la humana, aunque no lo parezca. Aprovechando que los negros no han destacado nunca en el deporte de la natación, el infatigable nadador desgrana todos los tópicos racistas con que los padres de la Iglesia nos han aleccionado durante siglos. Los africanos son como niños pequeños. Los africanos no saben nadar. Malí ni siquiera es un país. Se ahogaron porque no sabían nadar. Se ahogaron solos. Llegaron desde la costa marroquí flotando de puro milagro.

Entiendo que la sumisión al pensamiento de un señor que ignora los efectos que las cuchillas puedan causar sobre las personas provoca este tipo de comentarios abyectos, más dignos de una taberna del Ku Klux Klan que de una cadena supuestamente católica. Aun así, no hace falta ser un experto en natación ni sacar un plano de las corrientes submarinas en la playa de Tarajal para que cada cual contemple el video casero que grabó un vecino y extraiga sus conclusiones. Sin tópicos ni metáforas: lo que se ve a simple vista es a unos agentes de la Guardia Civil gritando “cabrones” y disparando pelotas de goma. Esos africanos hambrientos no se ahogaron porque no supieran nadar sino porque no les ayudaron, porque no les dejaron llegar a tierra. En el mar la distancia desde la costa siempre es engañosa: esos hombres están mucho más lejos de lo que parece. Tan lejos (cuidado, Arcadi, que viene otra metáfora) que es muy difícil ponerse en su lugar. Eso es lo que intentó García Montero con su imprudente lengua de poeta.

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