EL MIRADOR

Mar Estrecho, moral alta

Diario Sur, TEODORO LEÓN GROSS |, 19-02-2014

No es raro que la ‘fe del carbonero’ provoque envidia. No hay nada más confortable que creer ciegamente en algo. Pero la duda es la materia natural de la razón. Unamuno, siempre bajo el peso de la duda, decía de cierto obispo: «Fíjese si será bruto que nunca ha dudado de la existencia de Dios». Y hay una versión laica de esa fe del carbonero que es el sectarismo político: creer a ciegas en los dogmas del partido, en el sí o el no sin matices bajo el dictado maniqueo de buenos y malos, ahorrándose las aristas de los debates complejos, como el aborto o la emigración. Las consignas son más confortables. Sortear los aunques y los sinembargos evita dilemas morales como lo de Ceuta, despachado con discursos de conmigo o contra mí, con la Guardia Civil o contra la Guardia Civil, con la humanidad o contra ella, con los intereses de España o contra los intereses de España. Borricos unamunianos. No se pueden reducir quince cadáveres a eso, como tampoco al progresismo demagógico de salón ignorando la dureza de algunas fronteras, retratadas por Sorkin en ‘Algunos hombres buenos’ con el estallido del coronel Jessup: «¡Tú no puedes aceptar la verdad! Vivimos en un mundo que tiene muros y esos muros han de estar vigilados por hombres armados. ¿Quién va a hacerlo? ¡¿Tú?! (.) En zonas de tu interior de las que no charlas con los amiguetes, tú me quieres en ese muro. Me necesitas en ese muro».

Esto no va del honor de la Guardia Civil, que cumple en ese muro necesario, a veces casi más como ONG que cuerpo militar; sino de quince cadáveres ante los que no bastan los golpes de pecho. ¿Qué sucedió? El honor nunca se protege con mentiras. En lugar de depurar lo ocurrido, las mentiras del director de la Guardia Civil – no aprendió de su ridículo con el Prestige, tampoco de tapar Intxaurrondo – debilitan al cuerpo y su trabajo. Por eso, por el peso del escándalo, en el asalto de este fin de semana a los agentes les han temblado las rodillas. Es el efecto colateral de la falta de transparencia y coraje de sus jefes. Claro que a ellos las mentiras una vez más les saldrán a un precio barato, ¡gratis total!, ese privilegio de la política no solo para tomar vuelos de gañote. Este peculiar ministro provida a tiempo parcial, un meapilas cínico muy teresiano que solo parece entender el fenómeno del salto de la valla ante la Virgen del Rocío, sin duda ha antepuesto el cálculo político: no va a haber desgaste. La UE se atascará en algún veto, y el Comité de Tortura condenará a España siete años después, como acaba de suceder, cuando ellos ya no estén ahí. Manejan en su algoritmo electoralista el efecto psicológico del Estrecho: ese número de cadáveres a 14 km de tu casa provocarían un estupor insondable; pero tras esos 14 km están descontados a beneficio de inventario. Ya es otro mundo. Y desmintiendo a Éluard, esos otros mundos no están en éste.

Por SUR.es

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