ESCALERITAS

ABC, IGNACIO CAMACHO, 18-02-2014

Con treinta mil desesperados en la frontera urge decidir sin hipocresía si ponemos cuchillas o escaleras en la valla

LA imagen de la Guardia Civil disparando en la playa de Ceuta a los náufragos, aunque fuesen pelotas de goma, es impresentable se mire como se mire. Si fue una acción legal, que está por ver, hiere los sentimientos de cualquier persona decente. Como el resultado de la refriega fue de quince ahogados el Gobierno está obligado a dar explicaciones más satisfactorias que las que ha ofrecido y tal vez tenga que rodar la cabeza de algún alto cargo. La demagogia oportunista de la oposición, que cuando gobernaba adquirió y empleó el mismo material antidisturbios, no puede servir de parapeto ni de andamio moral para sostener a quien tomase una decisión tan evitable como poco humanitaria.

Pero a continuación de depurar responsabilidades urge un debate antipático y sincero sobre los límites de la inmigración irregular, en el que todo el mundo, también esa escandalizada izquierda, deberá retratarse. La política migratoria es muy desagradable porque parte de la necesidad de decidir a cuánta gente se le permite el paso. A todos nos gustaría abrir los brazos para dejar entrar a los parias de la tierra y todos sabemos que eso no es posible. La sociedad española se muestra en general bastante receptiva pero hace tiempo que la opinión pública ofrece, angustiada por la crisis, síntomas de saturación en su voluntad de acogida; los mismos que se conmueven ante el drama fronterizo de los subsaharianos se irritan al verlos delante en la cola del ambulatorio. Es menester una discusión sin hipocresías: ponerse de acuerdo sobre cuántos pueden entrar y luego sobre las medidas para impedir que se cuele el resto.

Europa tiene mucho que decir y debe hacerlo porque Ceuta y Melilla son fronteras de la UE. De esa misma UE que está expulsando de sus prestaciones sociales en Bélgica, Holanda o Dinamarca a españoles con pasaporte comunitario. Treinta mil tipos desesperados aguardan a otro lado de la valla el momento propicio para saltársela; en su situación de miseria la vida importa tan poco que por salir están dispuestos a jugársela. Compadecerse de su tragedia es un gesto honorable y humano… que exige aceptar el compromiso de aliviarla. Eso significa, entre otras cosas, compartir con ellos unos servicios públicos exangües. Y asumir que una vez abierta la puerta no cabe reservarse el derecho de admisión.

En este asunto no vale la política de salón ni el ventajismo sin implicaciones. El que desee dejarlos pasar ha de asumir las consecuencias, y el que quiera darles el alto ha de decir con qué medios y hasta qué circunstancias. Discutamos, y si se decide la libre acogida tirémosles guirnaldas de bienvenida en vez de pelotas y en lugar de cuchillas o concertinas pongamos en la verja escaleritas para mejor saltarla. Pero si la opción mayoritaria es restrictiva conviene saber que de nada sirve el buenismo de pedir por favor que se queden en su casa.

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