Los ahogados, y nosotros
El Mundo, , 18-02-2014APROVECHANDO que se habían ahogado 15 negros tratando de llegar a Europa, el poeta Luis García Montero escribió en su facebook: «Nosotros, los ahogados». Más o menos al mismo tiempo mi amigo el columnista José García Domínguez había dejado escrito en otra barra de bar: «Los periodistas tenemos en común con los políticos que nuestro oficio exige adular todos los días a la plebe. Por eso es empleo de cínicos». Un día de estos le preguntaré qué exigencia de adulación tienen los poetas comunistas, soi-disant, y por qué son el cinismo de más baja estofa. La ficción de García Montero, evacuada desde tierra adentro, venía decorada por una similar y muy famosa, la que cometió el fotógrafo Javier Bauluz con una pobre pareja de bañistas, tal vez indefensos adúlteros con neverita, a los que adosó un negro ahogado y llamó, con la entusiasta ayuda del diario La Vanguardia y un señor Rius, La indiferencia de Occidente.
«Nosotros, los ahogados», dice el poeta sin fronteras, sin mover otro músculo que el del cinismo solidario, respirando sin novedad desde su habitación abrigada mientras afuera llueve, con verdadera crueldad, con humo y nubes bajas. Se debe de creer el poeta que un negro ahogado es igual que el futbolista, todos somos Dani Jarque, a ver.
No. El poeta García Montero no es el negro ahogado. Todo lo contrario. El poeta García Montero, aunque lejos, muy lejos esté de entenderlo, aunque grite ¡dimisión dimisión! como quien pide a gritos un fusible para su ética, es el ministro del Interior disparando. Disparando, claro está, con absoluto control de sí y de sus recursos, y mientras se santigua. Es decir, disparando balas de goma contra los negros para que si acaso adviene la muerte sea solo un efecto colateral. Para ser justos yo comprendería que el poeta García acudiese a la metáfora sinecdótica, y hasta a la dimisión, si el ministro Fernández hubiera procedido con fuego real, clavando sus buenos balazos del nueve en la frente de los negros que querían tocar tierra poética. Hasta yo mismo hubiese exigido entonces el cese del ministro, por la exageración. ¿Pero balas de goma? Hombre, hombre. ¡Qué menos! Dispararle balas de goma a un negro que insiste es casi, casi una untuosa ceremoniosidad de poeta. ¡Un rito de paso!
No. En la vida de todo poeta llega un momento en que las metáforas deben verificarse y al poeta García Montero, según yo lo entiendo, no le queda ahora más remedio que ahogarse.
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