Cómo tratar la inmigración

La Vanguardia, , 07-02-2014

AYER, entre las siete y las ocho de la mañana, unos cuatrocientos inmigrantes africanos intentaron ganar territorio español en Ceuta. Lo hicieron en tropel. Y, ante la imposibilidad de cruzar por un paso fronterizo debidamente custodiado, parte de ellos quisieron lograrlo a nado, doblando el espigón que separa España de Marruecos en la playa del Tarajal. Una decena de ellos fallecieron en el intento, involuntariamente aplastados por sus compañeros o ahogados en aguas mediterráneas. Sus sueños de futuro se vieron truncados al levantar el día.
La recurrencia de este tipo de episodios con desenlace fatal, en la frontera hispano-marroquí o en alta mar, puede tener dos efectos indeseables. Por una parte, insensibilizar a la opinión pública ante la tragedia de tantos seres humanos que perecen sin otra culpa que intentar labrarse un mañana. Por otra, reducir esta cuestión a un problema bilateral entre España y Marruecos, sujeto a los vaivenes de su relación diplomática.
Lo primero sería lamentable, porque demostraría un preocupante encallecimiento de la opinión popular. Lo segundo indicaría un desconocimiento de la realidad y la dimensión del problema migratorio en nuestros días. Ayer mismo –dicho sea a título de ejemplo– fueron rescatados más de 1.100 inmigrantes frente a las costas de Italia. En 24 horas, la Marina italiana salvó a un total de 1.123 personas que se habían aventurado en embarcaciones de fortuna, procedentes del convulso norte africano, rumbo a la isla de Lampedusa. Hombres, mujeres y menores navegaban a bordo de esta precaria flota clandestina. En enero alcanzaron Italia por este procedimiento unas dos mil personas, diez veces más que el año pasado. Los flujos migratorios crecen de continuo. Algunos con los ojos puestos en destinos tradicionales como los mencionados hasta aquí. Otros, hacia países emergentes como China, India o Turquía, que hasta hace bien poco eran emisores de emigrantes, más que receptores de inmigrantes. Alrededor de 225 millones de habitantes del mundo viven ya en países distintos a los que nacieron.
Es conveniente ser consciente de esta realidad. Porque sólo así, con una visión amplia del problema –que en el caso español no es tal, sino europeo– y arbitrando soluciones comunitarias, puede atenuarse la tragedia. Porque sólo así se dejará de gestionar este tremendo problema en toda Europa con falsos alardes de mano dura, con criterios tan expeditivos como electoralistas. Y porque sólo así se podrán establecer mecanismos realistas para regular la afluencia de inmigrantes en función de las necesidades de los países receptores.

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