Córdoba / PERDONEN LAS MOLESTIAS
MEMORIA
ABC, , 31-01-2014La Casa Sefarad evoca el Holocausto nazi y nos alerta de todas las infamias que están a la vuelta de la esquina
NO importan las cifras, ni los datos, ni los números. La brutalidad del ser humano no es cuantificable en dígitos aritméticos. Es irrelevante, por tanto, saber si el régimen nazi calcinó en las cámaras de gas a seis millones de judíos o a cinco; a 800.000 gitanos o a medio millón; a cien mil homosexuales o a mil; a decenas de miles de discapacitados o a cientos; a muchos delincuentes o a pocos. Lo crucial, lo verdaderamente esencial, es la conciencia del horror más allá de los guarismos.
Como cada año, Sebastián de la Obra, director de la Casa Sefarad, nos recuerda puntualmente la infamia. Para que no se olvide. Para que no se adormezca en nuestro cerebro. Como una gota inquietante que nos mantiene alerta. El lunes 27 de enero hizo 69 años de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz. Aquel día el mundo levantó formalmente el velo del oprobio y descubrió en toda su crudeza la capacidad de causar dolor que anida en el ser humano.
En el Holocausto judío, la ignominia alcanzó su cénit. Por su descomunal crueldad y por su calculado plan para la aniquilación. Hasta entonces, la humanidad no había asistido a una barbarie tan metódica y atroz. En números y en ferocidad. La historia está plagada de episodios deleznables pero ninguno hasta ese instante con la saña y la determinación que exhibió en el corazón de Europa.
Sebastián de la Obra, como cada año, ha puesto el dedo sobre la llaga del exterminio nazi. Pero podría haberlo puesto sobre cualquiera otro de los muchos actos indignos que jalonan la historia de la infamia. O mejor dicho: cada vez que el director de la Casa Sefarad nos recuerda la iniquidad del Holocausto, está evocando todas las vilezas del mundo. Todas las persecuciones. Todas las intolerancias. Todos los atropellos.
La suya es una batalla tenaz por la memoria. Por recordarnos con la insistencia de un reloj de pared que en cualquier momento y en cualquier lugar puede regresar el espanto. Con otro rostro, quizás, con otra intensidad, con otra lujuria de la crueldad. De hecho, en este preciso instante millones de personas son hostigadas en medio planeta. Por ser distintos. Por pensar de otra manera. Por discrepar de la verdad dominante.
La Casa Sefarad constituye, de alguna forma, un faro que nos alumbra la historia. Que nos avisa que aquí, en Córdoba, no hace tanto, muchos cordobeses fueron prendidos en la hoguera y expulsados de sus casas por el insoportable delito de ser diferentes. Denunciando la ignominia sefardí, Sebastián de la Obra denuncia todas las ignominias. Porque todas las injusticias merecen nuestro desprecio. Y ese es el valor capital de su esfuerzo.
José Chamizo, anterior Defensor del Pueblo Andaluz, nos acercó las pequeñas infamias (y no tan pequeñas) que se suceden cada día detrás del aseado escaparate del mundo civilizado. Las mismas que él y Sebastián de la Obra, que fue su adjunto durante 11 años, denunciaron con la obstinación de un centinela.
El acto de memoria del Holocausto fue una ceremonia sencilla. Una vía de ferrocarril atravesaba el patio enchinado hasta el pórtico infernal de Auschwitz, estampado en una lona inmensa que cubría el frontal interior de la Casa Sefarad. Una luz espectral iluminaba la entrada simulada del campo de exterminio y unas cuantas velas depositadas en una mesa escenificaban las vidas segadas para siempre. La memoria, nos exhortó De la Obra, es una obligación moral de todos. El olvido, un pasaporte inevitable hacia el horror.
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