A PIE DE CALLE
El regreso de la cama caliente
El Periodico, , 27-01-2014Las conocí por casualidad, en un locutorio del centro de Barcelona, y nunca más las volví a ver. Eran dos, tía y sobrina, y, cuando las vi, estaban en tránsito: hablaban con su familia en algún lugar de Latinoamérica, me dijeron el nombre del país, pero me pidieron que, por favor, no lo escribiera. Así, «mi país», dijeron. Esperé hasta que acabaron la llamada, hasta que se despidieron, hasta que regresaron a Barcelona, aunque físicamente nunca se habían movido de aquí. Escuché el bong que emite skype cuando se acaba la conexión y vi que ambas se quedaban en pausa, en silencio por unos segundos y, luego, amables, me contaron una historia que es la suya y la de muchos otros inmigrantes.
«No ponga los nombres, por favor. Somos latinoamericanas. Yo vine primero, vine en avión hace ocho años». ¿Por qué Europa? «Porque para ir a Estados Unidos hay que cruzar por México, y no sé si sabrá qué son los coyotes».
Lo sé: esperar junto al bordo (el muro que separa México de Estados Unidos) hasta que se haga de noche, agazapadas, sintiendo el miedo propio y el del grupo. Atravesar el muro, viajar por el desierto con el riesgo de que la migra , los oficiales de migración estadounidenses, te descubran, te ingresen a lo que llaman oficialmente un centro de procesamiento hasta que te deportan al país de origen. Si es así, todos los ahorros de la familia, o de varias familias, desaparecen. Si es así, no habrá dinero para pagar a las bandas de delincuentes que extorsionan en El Salvador o en Honduras y que son, cada vez más, la razón para emprender el viaje. Claro que si es el coyote, el contrabandista, el que te abandona, significa la muerte en el desierto.
«Estuve un año sola y estaba muy triste, por eso vino mi sobrina». ¿No fuiste a la escuela? «No, esperé y busqué trabajo». «Es que lo necesitamos para mantener a la familia. La abuela y mi marido cuidan a los que se quedaron allí». ¿Ese fue el acuerdo? «Sí, acordamos que yo vendría para poder tener un futuro en nuestro país». ¿De dónde te sientes, guapa? «Si te digo la verdad, no lo sé». ¿Qué harás ahí? «Quiero estudiar idiomas». ¿Aprendiste catalán? «No».
Este es un A pie de calle extraño, pero es un A pie de calle que, por la crisis, es el día a día muchas de las personas que llegaron a la España boyante de la construcción, la que atrajo a casi seis millones de inmigrantes.
Tras el pinchazo de la burbuja, en Ciutat Vella hay quien vuelve a compartir cama caliente; hay quien vive con cinco más en una habitación llena de literas; hay hijos que se criaron sin padre en Pakistán y que ahora mantienen a padres y a hermanos con un sueldo, y hay quien va de panadería en panadería preguntando si hay un trabajo, sea el que sea.
«He reducido mis gastos a 200 euros al mes. En los últimos meses, he enviado más de 1.000 currículos, pero nadie responde», me dijo A. Pakistaní,nan en El Salvador o en Honduras y que son, cada vez más, la razón para emprender el viaje. Claro que si es el coyote, el contrabandista, el que te abandona, significa la muerte en el desierto.
«Estuve un año sola y estaba muy triste, por eso vino mi sobrina». ¿No fuiste a la escuela? «No, esperé y busqué trabajo». «Es que lo necesitamos para mantener a la familia. La abuela y mi marido cuidan a los que se quedaron allí». ¿Ese fue el acuerdo? «Sí, acordamos que yo vendría para poder tener un futuro en nuestro país». ¿De dónde te sientes, guapa? «Si te digo la verdad, no lo sé». ¿Qué harás ahí? «Quiero estudiar idiomas». ¿Aprendiste catalán? «No».
Este es un A pie de calle extraño, pero es un A pie de calle que, por la crisis, es el día a día muchas de las personas que llegaron a la España boyante de la construcción, la que atrajo a casi seis millones de inmigrantes.
Tras el pinchazo de la burbuja, en Ciutat Vella hay quien vuelve a compartir cama caliente; hay quien vive con cinco más en una habitación llena de literas; hay hijos que se criaron sin padre en Pakistán y que ahora mantienen a padres y a hermanos con un sueldo, y hay quien va de panadería en panadería preguntando si hay un trabajo, sea el que sea.
«He reducido mis gastos a 200 euros al mes. En los últimos meses, he enviado más de 1.000 currículos, pero nadie responde», me dijo A. Pakistaní, más de 20 años en Catalunya, perfecto inglés, casi nada de castellano, casi nada de catalán: hasta hace unos años, era empleado en la construcción.
Las dos mujeres me invitaron a la próxima conexión para que conociera a la familia. Nunca aparecieron. El miedo también es parte del día a día. H
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