La fiesta acabó mal, muy mal. Era la celebración de dos familias gitanas de Sants que solemnizaban la pedida de mano de dos de sus miembros, pero el padre de la novia terminó sin vida, acuchillado en la calle. Un tribunal del jurado revisa en Barcelona este asunto por el que están acusados dos hombres, para los que la fiscal pide 15 años de prisión por homicidio. Los dos se acusan entre sí del navajazo mortal.

MANÉ ESPINOSA Agustín, sentado, y Joshua, de pie, ayer durante la celebración del juicio por el crimen ocurrido en Sants

Los acusados declararon ayer ante el tribunal y ambos proclamaron su inocencia, al mismo tiempo que apuntaban que el culpable era el otro y se reprochaban mentiras y cobardías. Mientras, en la sala, las familias de la fiesta y de los procesados seguían con nerviosismo lo que acontecía ante ellos.

Ocurrió en la noche del 24 al 25 de septiembre de 2011 y lo curioso es que los dos hombres que ocupaban ayer el banquillo de los acusados, Joshua y Agustín, no estaban invitados a la fiesta, y ni siquiera eran familia directa de los novios. Los dos coincidieron en el inicio del relato de los hechos. Estaban en un bar de Sants cuando uno de los amigos con los que estaban tomando algo les dijo que se celebraba la fiesta y que podían ir porque él si sería aceptado. Y allí fueron. También concordaron en que nadie les recriminó autoinvitarse y que las familias que lo organizaban les trataron muy bien.

Pero a partir de aquí lo que ocurrió ya es confuso. Joshua y Agustín dicen que se marcharon sobre la una de la madrugada. Mientras el primero fue a buscar su coche, aparcado cerca, Agustín se encaminó con su hermano a esperarle a un bar cercano. Y entonces ocurrió el rifirrafe. Joshua asegura que estaba en un paso cebra en la intersección de las calles Àliga y Leiva cuando se le acercó un chico vestido con un traje blanco, que debía de ser el novio por el atuendo, dedujo, y le mentó a sus muertos. Se giró y vio a un grupo detrás, y le golpearon a él y el coche. Se marchó y luego volvió a por sus compañeros de salida nocturna.

Agustín, por su lado, señaló que mientras estaba en el bar le avisaron de que Joshua se estaba peleando con unas personas. Acudió en su ayuda y se vio envuelto en el alboroto. Se subió al vehículo, tirando de su hermano, y se fueron del lugar.

¿Quién asestó el navajazo mortal al padre de la novia, que estaba en el cruce fatídico? Joshua dice que Agustín, al subir al coche, le espetó: “Tira, que le he pinchado”. Dijo que no le denunció durante meses (“porque pensé que sería un hombre y diría la verdad”). Y Agustín asegura que fue Joshua quien, en el interior del vehículo, confesó “se han cagado en mis muertos y la he tenido que liar; esa es la única verdad”.

Ni uno ni el otro admitieron ver caer a la víctima, ni la cuchillada ni mucho menos tener una navaja, que uno de los amigos de ambos entregó en el juzgado. Y también coincidieron en que se enteraron de la muerte al día siguiente porque se lo dijeron por teléfono. Al cabo de un tiempo, uno el 7 de octubre y otro el 12 de abril, se entregaron.

En sus testimonios salieron a relucir los apodos de sus amigos,

Misterio, Ojos Mataos; se acusaron de mentirosos y cobardes por no decir la verdad y denunciar al otro y salió a relucir el testimonio de un preso que incrimina a Joshua, y que este dice que es falso porque jamás ha hablado con él, “porque es el más chivato de la cárcel”. Y ambos apelaron a la ley gitana: Joshua para hablar con los ancianos de la comunidad para aclarar las cosas y Agustín para justificar que se marchó de Barcelona, porque así lo dicta la tradición, tras un incidente de este tipo.

Joshua y Agustín empezaron la noche del 24 de septiembre como amigos tomando copas juntos, se fueron a una celebración gitana de pedida de mano en Sants y han acabado en prisión profundamente enfrentados. La fiesta acabó mal, muy mal.