El carnicero del III Reich
La Razón, , 09-01-2014Apenas 60 páginas, 40 notas y un postfacio de Paul Scheichl para adentrarse en la figura de Ernst Kaltenbrunner, un criminal nazi, ex jefe de la Gestapo, director del espeluznante Departamento de Seguridad Interior del Reich, sucesor de Heydrich y número dos de Himmler. Fue un nacionalsocialista persuadido de las bondades del régimen que llevó al exterminio a millones de judíos, aunque fuera un hombre refinado. Abogado austriaco de buena cuna, rechazaba el calificativo de fanático que, a pesar de sus altas responsabilidades, no tomaba parte directa en los interrogatorios a los enemigos del Estado. Su intervención en el genocidio contra judíos y gitanos fue, según su benévola visión, una consecuencia de su acatamiento de órdenes superiores. Jamás se consideró un criminal despiadado, sino un hombre que se complacía del judío sediento y que se permite magnanimidad ante el apestado. Pensaba que el miedo al comunismo de los aliados sería mayor que la sed de justicia. Kain concibió, en un difícil ejercicio de memoria, creación y justicia, una ficción para recrear los pensamientos que pasaban por la cabeza del nazi austriaco cuando el hundimiento germano era inminente fiel a la historia y los datos disponibles.
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Su acierto consiste en recrear qué pudo ocurrirle al dirigente nacional-socialista en unos días en que se jugó su destino. De esa reconstrucción nació un relato de belleza densa, terrible. Magnífico escritor antifascista austriaco, marginado en su propio país, que acaso por su pertenencia comunista escribió buena parte de su carrera literaria en la hoy extinta RDA. Narró las peripecias de este criminal de guerra cuando marcha a las Montañas Muertas para sustraerse a las represalias de los vencedores. El relato profundiza en la mente del protagonista, que no se arrepiente de sus atrocidades. Para reflejar la psique de este personaje, Kain –que no se veía como un carnicero, sino como un alma sensible–, el narrador no recurre al fluir de la conciencia que cultivaron James Joyce o Broch, sino a métodos más tradicionales. Bueno, revelador y atinado este texto. Y oportuno, siempre.
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