Polmetasa, hogar dulce hogar
Desheredados, inmigrantes, okupas y rumanos pueblan el recinto de esta antigua fábrica en el barrio de San Andrés. El estado de ruina de las instalaciones y el peligro de accidentes traerán el desalojo de una diversa comunidad que ha hecho de Polmetasa su hogar
Diario Vasco,
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01-12-2013
La antigua fábrica de Polmetasa en el barrio de San Andrés cesó su actividad en 2008. Esta empresa fundada en 1955 costeó su traslado a la nueva sede de Uribarri con la venta de su finca de 12.000 metros cuadrados a una promotora – San Andrés Berri S.L. – que proyectaba construir 210 viviendas.
Cinco años después, el desplome del mercado inmobiliario ha abortado este proyecto urbanístico, la promotora ha quebrado y la vieja planta de Polmetasa es una ruina. Pero sus desvalijadas y asoladas instalaciones son el hogar de una variopinta comunidad de vecinos. Vascos, magrebíes, algún sudamericano y un nutrido colectivo rumano conviven en aparente buena armonía dentro de este erial industrial. «Cada uno en su ‘casa’ y saludándose siempre con un cortés hola y adiós cuando nos vemos» atestiguaba Pedro, un mondragonés que por circunstancias de la vida ha acabado encontrando cobijo en Polmetasa.
Desheredados, inmigrantes sin papeles, mendigos, víctimas de la droga y hasta un ‘okupa’ vocacional componen esta comunidad cuyos miembros se acomodan en las destartaladas dependencias de las oficinas, en la antigua vivienda del gerente o en el poblado chabolista rumano. Alrededor de una decena de familias de esta nacionalidad han levantado un asentamiento en los antiguos garajes de las fábrica, junto al acceso por la calle Alfonso VIII.
Prácticamente todos se dedican a la mendicidad en centros comerciales, panaderías o iglesias.
Es el colectivo más numeroso de cuantos habitan en la vieja fábrica de Polmetasa y también el más problemático con los vecinos de San Andrés. Los residentes en las viviendas colindantes han interpuesto reiteradas denuncias por ruidos, comportamientos incívicos y suciedades que han originado plagas de ratas.
Las desavenencias vecinales podrían resolverse «si fueran más limpios y respetuosos» aseguraba un residente en la casa Borda Berri. Pero la larga discordia de estos vecinos con los habitantes del poblado rumano podría estar próxima a concluir.
En el poblado chabolista ‘huele’ a mudanza, como señalaba Mikel, un vitoriano que lleva dos meses ayudando a los rumanos con comida y dinero «por convicción cristiana y vocación de solidaridad». En las chozas de madera algunos enseres permanecen ya empaquetados en previsión de que irrumpan las excavadoras. Bumea, un varón de 44 años que hace de portavoz, confía en que «al menos nos avisen con 3 días de antelación para desalojar, como hicieron en la serrería de Atxa».
Preguntado a dónde irán si finalmente el Ayuntamiento o la propiedad ordenan el desalojo, el rumano se encogía de hombros al tiempo que añadía despreocupadamente que «ya encontraremos otro asentamiento». Y apuntaba con los ojos hacia las naves industriales desocupadas que proliferan en los alrededores. Lo decía quien ha vivido «tres años debajo del puente de Etxaluze», una dura experiencia que le ha dejado secuelas «en el corazón y en los pulmones». Una «dolencia crónica» que sin embargo no le disuade de fumar cigarrillos.
Los rumanos del poblado chabolista no serán los únicos desalojados cuando culmine el expediente de declaración de ruina que incoa el Ayuntamiento. Todos los ‘inquilinos’ de Polmentasa viven «con la mosca detrás de la oreja» desde que hace un par de semanas el consistorio adoptara la determinación de desalojarlos a todos por motivos de seguridad.
El deterioro del pabellón industrial, así como su desmantelamiento continuado por parte de terceros, han llegado al extremo de que hoy por hoy sea «imposible garantizar la estabilidad estructural de la nave» según señalan desde el consistorio. Al margen de que el Ayuntamiento acometa demoliciones o apuntalamientos preventivos con cargo a la propiedad, el consistorio ha instado a los dueños a que realicen el oportuno proyecto de derribo.
La empresa propietaria es San Andrés Berri S.L., constituida en 2004 y con sede en Bergara. Pero esta sociedad se declaró en quiebra en julio del año pasado y en la actualidad se halla en fase de liquidación bajo administración judicial.
En cualquier caso, todo apunta que el Ayuntamiento podría ordenar el desalojo en breve, y que los trabajos de demolición podrían arrancar a primeros del año que viene.
Patxi, un ‘okupa’ vocacional poseedor de conocimientos de albañilería, consideraba justificada la demolición de una nave industrial «que se cae a pedazos». Pero no entendería que echen abajo también la antigua vivienda del gerente. Primero porque él vive allí desde hace más de un año, y segundo porque se trata de una construcción de «excelente factura y su estado estructural es muy bueno». Este mondragonés encontró cobijo en esta casa huyendo de las ataduras de la vida convencional. Encontró la casa hecha unos zorros después de que unos «’pseudookupas’ hijos de papá la destrozaran durante su estancia». Patxi encontró «montañas de excrementos de perro» y otras inmundicias que ha limpiado y adecentado. Un incendio fortuito en septiembre del año pasado vino a empeorar las cosas. Pero Patxi continúa empeñado en hacer de esta casa expoliada un hogar confortable. Cuenta para ello con la ayuda de Pedro, otro mondragonés al que invitó a instalarse con él cuando por medio de un amigo común se enteró de que malvivía en un sótano.
Una separación de pareja, años en el paro y un ‘tropiezo’ con la ley en Málaga, «a donde me había largado a buscarme la vida», abocaron a este arrasatearra de 49 años a la más absoluta exclusión social. «Me dejaron en gayumbos» confesaba Pedro. Regresó esta primavera, con una mano delante y otra detrás, «obligado a declarar un domicilio donde recibir las citaciones judiciales». Puso la dirección de su hermana y empezó a vivir en un sótano.
Desde abril dispone de su propio apartamento en la primera planta de la antigua vivienda del gerente de Polmetasa, puerta con puerta con Patxi. «Cuando llegué estaba todo quemado y lleno de hollín». Entre los dos limpiaron y pintaron la habitación que ahora ocupa Pedro. Muebles reciclados decoran la estancia en la que no faltan un colchón, un par de sofás, un aparador y hasta una aparato de televisión que ve «gracias a generador de gasolina». La falta de agua corriente se suple con baldes y bidones y un hornillo de campingás sirve para cocinar, aunque «mi hermana también me proporciona comida» confesaba Pedro.
A las puertas del primer invierno en su nuevo hogar, Pedro se ha provisto de una estufa de butano para sí y otra de leña que han instalado en el pasillo que comparten ambos inquilinos.
«Te sorprendería lo que la gente arroja a los contenedores» aseguraba Pedro. Él ha encontrado minielectrodomésticos, ropa, lámparas y hasta un ordenador portátil en perfecto estado. Así ha logrado armar un dulce hogar que sentiría en el alma perder. «Si me echan de aquí ¿a dónde voy? ¿a los soportales del Ayuntamiento?» se preguntaba.
Los servicios sociales municipales saben de la precaria situación de Pedro, «pero me dijeron que no me correspondía ni ayuda ni casa, y eso que llevo 15 años empadronado en esta localidad» se lamentaba con resignación.
Más suerte que él tuvieron los primeros marroquíes que se establecieron en el vecino edificio de oficinas. «A ellos les alojaron en alguna casa de acogida porque ya no están en Polmetasa pero aún les veo por Mondragón», decía Pedro. «Y que conste que me parece muy bien que les ayuden a ellos pero que lo hagan a todos por igual» enfatizaba.
El hueco que dejaron aquéllos no tardaría en llenarse con nuevos ocupantes. Un irundarra y otro mondragonés han anidado en este desvencijado inmueble saqueado a conciencia por buscadores de chatarra. «Con los últimos tuvimos un pequeño enfrentamiento porque, para arrancar los marcos de aluminio de las ventanas, rompían los cristales y dejaban todo el suelo lleno de pedazos de vidrio. Les dijimos que no hicieran eso porque aquí vive gente» relataba Pedro.
Entre los nuevos ‘okupas’ de las oficinas se cuentan los marroquíes Abdallah y Abdelatif, dos treintañeros que combatían las gélidas temperaturas de estos días vistiendo y durmiendo con toda la ropa de que disponen.
Abdallah lleva seis años en Mondragón y trabajaba en una empresa de fundición. Al quedarse en paro dejó de pagar el alquiler hasta que en abril llegó el desahucio y terminó en la calle. Regresó a Marruecos pero, desalentado por los salarios de miseria y la falta de perspectivas, en verano estaba de vuelta en Euskadi. Desde hace dos meses vive en las oficinas de Polmetasa junto con su compatriota Abdelatif y un colombiano que viene esporádicamente. Abdelatif trabajó 7 años como jornalero en Almería antes de recalar en Bergara donde vivía de alquiler con la ayuda de un primo suyo. Pero aquella vida subsidiada no podía durar para siempre, como reconoce Abdelatif.
Estos dos jóvenes magrebíes pasan frío y miseria mientras esperan un empleo o una salida que no llega. Abdallah decía que los días que consigue reunir dos euros «me compro una pan y una lata de sardinas». Con el hambre royéndole las entrañas asiste los fines de semana a los «excesos alcohólicos de cuadrillas de jóvenes que se adentran en Polmetasa con su botellas de licores para emborracharse» antes de acudir a una discoteca situada en las inmediaciones. Y enseña a quien quiera verlo los cascotes de botellas que alfombran el exterior de la madriguera donde guarecen estos dos inmigrantes desheredados.
Respecto del futuro, Abdallah y Abdelatif tiene claro su objetivo: «nos iremos a Europa». Francia, Alemania y los países del norte encarnan, como para tantos otros desempleados, la promesa de un futuro mejor con que sueñan todas las víctimas del desarraigo y de la pobreza que pueblan la colonia de miseria de Polmetasa.
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