Colaboración

El rostro rural del hambre y de la pobreza

Diario de noticias de Gipuzkoa, Miembros del Foro Rural Mundial, por Jose Mari Zeberio y conchi Quintana - , 17-10-2013

CUANDO aún permanecen en la retina las trágicas imágenes de las decenas de víctimas procedentes del este de África que dejaban su vida intentando llegar a la isla de Lampedusa, resuena en nuestras cabezas una pregunta. "¿Qué lleva a estos hombres y mujeres a embarcarse en semejantes travesías, con un horizonte incierto, dejando atrás a sus familias y sus pueblos en un viaje que muchas veces acaba en mortíferos naufragios?

Probablemente existen múltiples respuestas a esta pregunta, pero en todas ellas podremos identificar el humano anhelo de prosperar, de construir un futuro mejor y, sobre todo, de escapar de la trampa del hambre y la pobreza en la que viven muchas de estas personas. Una realidad que, desgraciadamente, afecta a miles de ciudadanos en los países empobrecidos, condenados a malvivir en la miseria o a huir desesperadamente de sus países de origen.

Actualmente, la FAO -organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura -, sitúa en 842 millones la cifra de personas que pasan hambre en el mundo. Es decir, una de cada ocho personas padece hambre o malnutrición en nuestro planeta, uno de los más tremendos indicadores de la pobreza extrema. Resulta ello tanto o más doloroso cuando, según revelan los datos que ofrece esta misma institución, el mundo produce alimentos suficientes para satisfacer la demanda de su población actual de 7.000 millones. (Hiroyuki Konuma, -asistente del director general de la FAO y su representante para Asia-Pacífico).

Si acercamos el zoom hacia quienes sufren esta lacra, podemos ver que el 75% de las personas que pasan hambre en el mundo, en su mayoría mujeres, viven en zonas rurales de países en vías de desarrollo.

En los países del Sur, las causas fundamentales de la pobreza y el hambre son complejas y abarcan el entorno económico, social, político, cultural y físico más amplio, pero es justo afirmar que son consecuencia de la continuada desatención que los gobiernos han prestado en las últimas décadas a la agricultura en general, y en especial a los pequeños agricultores. La escasa inversión pública en el sector ha ido debilitando la capacidad de los agricultores para hacer frente a la volatilidad de los precios, a las inclemencias climáticas, a los reveses de la economía, o para poder salir por sí mismos de la pobreza.

Hoy en día esta opción de abandono se considera como totalmente equivocada y numerosas voces autorizadas coinciden en insistir sobre la necesidad de promover la actividad agraria como un punto clave sobre el que pivotar el desarrollo de las naciones. Un cambio avalado incluso por el Banco Mundial que indica que el crecimiento del PIB originado en la agricultura es al menos el doble de eficaz en reducir la pobreza que el crecimiento del PIB generado en otros sectores.

No en vano, de los tres mil millones de habitantes rurales en los países en desarrollo, 2,5 mil millones pertenecen a familias dedicadas a la agricultura. El 70% de los alimentos en el mundo es producido por los agricultores familiares, por familias que cultivan sus tierras en armonía con su entorno. Estas cifras son muestra de una realidad que no se puede seguir ignorando, y que no es otra que reconocer el potencial que tienen los agricultores y las agricultoras del mundo para erradicar el hambre en el mundo y aportar al desarrollo global.

No obstante, los pequeños productores siguen en una situación muy marginada y se enfrentan a un contexto general de retos globales, interdependientes agua, tierra, mercados, petróleo, fertilizantes, cambio climático, y a la falta de reconocimiento pleno que se traduzca en acciones favorables y concretas.

Por todo ello, necesitan interiorizar la importancia y la dignidad de la profesión que desempeñan y que a su vez debe ser valorada por el conjunto de la sociedad.

Asimismo, los agricultores familiares precisan de un apoyo adecuado que les permita ser más competitivos y más sostenibles (ecológica, económica y socialmente). Un respaldo que ha de enfocarse en políticas y medidas concretas destinadas a mejorar la productividad y sobre todo a reducir las perdidas de alimentos en los procesos productivos. Un respaldo que tiene que venir de la mano de inversiones para mejorar los medios de producción, para dotar de infraestructuras (carreteras, procesado, etc.), para facilitar el acceso de los productos a los mercados locales, nacionales, regionales, para priorizar las producciones locales frente a las exportaciones. Un respaldo que permita fortalecer la sociedad civil, potenciar la creación de cooperativas y asociaciones agrícolas, de asociaciones de mujeres agentes clave en la seguridad alimentaria de millones de familias en el mundo.

En los próximos meses, la celebración del Año Internacional de la Agricultura Familiar 2014 generará un contexto político más favorable para el impulso de políticas y medidas concretas que replanteen el sistema alimentario mundial para erradicar el hambre y la pobreza, mediante la potenciación de la agricultura familiar.

Un día como hoy, en el que se celebra el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza, queda de nuevo constatado que la respuesta al hambre y la pobreza no va a venir necesariamente del incremento de la producción y de la superficie agraria cultivada, sino de la mano de una buena gobernanza; de mejorar la distribución (acceso a los alimentos); de reducir las pérdidas de cosechas y alimentos; de proteger las producciones locales; de mantener unos precios “justos”, etc. En definitiva, mediante el reconocimiento y la potenciación del rol que desempeñan los hombres y mujeres del campo.

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