TESTIGO DIRECTO

El barrio de morenos invisibles

Biriuliovo vive el día después de los disturbios racistas con los inmigrantes en sus casas

El Mundo, XAVIER COLÁS MOSCÚ ESPECIAL PARA EL MUNDO , 15-10-2013

Al caer la tarde las calles del barrio moscovita de Biriuliovo se quedan desiertas. No porque hace unos días hayan matado a un chico, ni porque nacionalistas radicales anden ahora poniendo precio al kilo de carne de tayiko. En los bloques grises de viviendas no falta ni una luz porque si a esa hora no se está en casa es por necesidad o por falta de prudencia. En la calle no hay nada que hacer.

Algunas sombras vagan, sin embargo, en dirección contraria hacia el otro lado de las vías. Allí, de repente, Moscú se acaba durante unos kilómetros. Sólo hay aparcamientos de camiones con guardas de seguridad armados vestidos de camuflaje. Por delante de las alambradas camina Soia, una tayika de unos 20 años que lleva cinco meses trabajando en Biriuliovo. «Este lugar no es peligroso. Son los rusos los que tienen miedo de todo el que viene de fuera», se queja mientras aprieta el paso. No quiere meterse en problemas, pero ha visto las imágenes en la tele: gente gritando «Rusia para los rusos» y arrasando almacenes en busca de sus compatriotas.

El origen de los disturbios fue el asesinato de un joven el pasado jueves. Según imágenes captadas por una cámara de vigilancia, el presunto asesino procedía al parecer del Cáucaso. Más de un millar de personas, entre vecinos del barrio y militantes de extrema derecha, se congregaron el domingo en Biriuliovo para exigir castigo al responsable del crimen, el endurecimiento de la ley de inmigración y el cierre de un almacén local de frutas y verduras, donde se considera que trabajan muchos inmigrantes ilegales.

Junto al mercado vigila la policía. Unos metros antes del cruce donde se han realizado más de 1.000 detenciones preventivas hace unas horas está Vladislav, un ruso de 40 años que echa gasolina sin perder de vista a los kafkasi (gente del Cáucaso) que salen de la tienda. «No son peores que los rusos, lo que pasa es que vienen a Moscú precisamente aquellos a los que no quieren allí», se queja en voz baja. Vive en el barrio desde hace tiempo y está harto de los drogadictos y de los matones: «Por la noche no salimos de casa». No siempre son los jóvenes morenos de ojos rasgados los que la lían, dice, pero son demasiados para un barrio tan pobre. «Tienen trabajo casi todos, pero les pagan mal», afirma encogiéndose de hombros. Rusia presenta el nivel más alto de desigualdad económica según un informe del banco Credit Suisse.

Rita, otra inmigrante, viene de Kirguizistán. Aunque estudió pedagogía, trabaja en una tienda de pulseras. Como ocurre tantas veces en Rusia, procedencias y nacionalidades se mezclan, así que ella es una afortunada forastera con pasaporte ruso. Al escuchar hablar de los disturbios pone los ojos en blanco: «Si tienes educación y papeles puedes hacer carrera, pero con muchos kafkasi no hay nada que hacer», dice, antes de maldecir a los chechenos.

El caso es que por un día los morenos son minoría en el barrio. Hoy no forman corrillos por las calles: hay patriotas rabiosos y policías deteniendo a mansalva. Pero mañana, recuerda Rita, habrá que ir a barrer, servir platos o cargar fruta. «Es lo que los rusos no quieren hacer».

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