Galicia : «Para un ambulante, San Froilán es la mejor fiesta de España, por eso venimos tantos»

Senegaleses de toda la Península montan su «Little África» en Lugo

La Voz de Galicia, María Cedrón, 12-10-2013

En la región de Louga, en Senegal, el padre de Mustafá tenía una tienda. A mediados de los ochenta, cuando él todavía era un niño, su padre dejó el negocio e hizo las maletas para mudarse a Francia, a Europa. ¿Por qué emigró dejando en Louga a su mujer y a sus cinco hijos? «Por su familia – dice ahora Mustafá – , porque para que un padre sea feliz tiene que ganar lo bastante como para poder mantener a sus hijos». Mustafá tenía poco más de seis años. Recuerda que durante aquella búsqueda de un futuro mejor vivió en Francia – destino principal de la emigración senegalesa en la década de los ochenta – y cómo luego se mudó a España. Ahora su padre, ya mayor, ha regresado a Senegal. Y Mustafá vive en Galicia, en Pontevedra. Los papeles se han invertido.

La inmigración subsahariana a Galicia en los años ochenta era una anécdota. Los pocos senegaleses que se veían en las calles regentaban puestos de artesanía local. Pulseras o anillos realizados con pelo de elefante, figuras de marfil, tallas de madera… Todo antes de que China, la fábrica del mundo, homogeneizara algunos de los puestos ambulantes distribuidos por las ferias de toda España.

El padre de Mustafá tenía uno. Ahora él regenta otro. Hasta mañana estará en el San Froilán, como otros muchos compatriotas llegados desde todos los puntos de España. Hay gente que ha venido de Valencia, de Madrid, de A Coruña… Porque esta es para ellos la mejor fiesta de la Península. «Para un ambulante, San Froilán es la mejor feria de España, por eso venimos tantos. Este año – apunta – bajó un poco porque con la crisis no se compra tanto». Hay algunos que dicen que no les ha compensado venir.

Entre el género que expone tiene bolsos de cuero de Fez, anillos, pañuelos, bombillas de bajo consumo… Conoce a cada clienta. «¡Hola, muller!», saluda a una que hace unos días le hizo una compra.

Mustafá habla gallego. También español, wolof (el idioma mayoritario estos días en la avenida lucense de Ramón Ferreiro) y francés. Lleva ya dos décadas en Galicia. A los 14 años quiso dejar la escuela en Louga y, aprovechando el programa de reagrupación familiar, vino a reencontrarse con su padre. Para trabajar.

«Venimos aquí porque queremos descubrir un mundo que no sabemos cómo es. Nunca hacemos caso a nuestros padres cuando nos hablan de que en Europa las cosas no son fáciles. Vienes para intentar mejorar, pero dejas atrás la cultura, la gente, muchas cosas…», dice. Cuando desembarcó por primera vez en Galicia iba por la mañana con su padre a las fiestas. Por la tarde estudiaba «en el sindicato». No solo trabajó de ambulante con su padre. «También estuve en la construcción, pero las cosas comenzaron a ir mal y tuve que volver a esto», explica. No va a las ferias. «Es muy complicado colocar un puesto en ellas porque están muy saturadas. Hay mucha lista de espera para poder acceder», dice. Prefiere las fiestas.

Que las de Lugo sean las mejores tiene una explicación: «Al principio resulta un poco complicado hacerse con un lugar. Este año vine una semana antes de que empezaran para marcar el puesto y guardarlo. Estuve alojado en una pensión. Pero estoy agradecido a Lugo porque aquí no pagamos por el puesto. De tener que hacerlo no podríamos venir porque no ganamos bastante». Porque a diferencia de otras ciudades, el Ayuntamiento no cobra por colocar un puesto en la avenida.

Una cosa diferente es que este año haya habido intermediarios que, tras hacerse con un trozo de terreno, lo hayan revendido. O que el miércoles se produjera un altercado entre la policía y algunos vendedores tras la detención de uno de ellos por supuesta tenencia de mercancía falsificada, aunque luego este quedó en libertad. Los agentes habían ido a inspeccionar los puestos para atender a un escrito del fiscal contra la comercialización ilegal de productos. Pero ese auto acabó archivado por la jueza el jueves.

La avenida de Ramón Ferreiro es una Little África. La diferencia es el clima. «Antes comprábamos la comida en los bares, pero ahora hay unas mujeres que nos hacen platos de nuestro país, aunque todos los productos los compran en los supermercados de la ciudad. También es una forma de recordar nuestra cultura», explica Mustafá.

Entre los puestos de bolsos, de ropa, de figuras o de abalorios hay mesas en torno a las que toman café. No es como el de aquí. Es touba, como el que toman en su país. «Con los granos de café, antes de molerlos, hay que mezclar semillas de jar», explica Mustafa. El sabor es ligeramente picante. Como su comida nacional, el thiéboudienne, un plato de arroz, pescado y vegetales. Ayer en Lugo una mujer lo preparaba para comer. Delicioso. «No lo sabe hacer cualquiera, hay que cogerle el punto», comentan desde un puesto. La escena, salvando las distancias, recuerda una comida de domingo en un centro gallego de Suiza. La diferencia es que, en lugar de callos, en Lugo hay thiéboudienne.

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