‘Schwarzenegger’ murió con 30 kilos
Piotr Piskozub, el joven indigente polaco fallecido en Sevilla, era alcohólico / Oficialmente feneció por una bronconeumonía
El Mundo, , 05-10-2013El 17 de abril de 2011, un jovencísimo Piotr Piskozub de la ciudad polaca de Swidnica colgaba en su página de Facebook una foto suya con su novia en un paisaje de casitas junto a un prado y un río del norte de Europa. Ese sonriente Piotr, Pedro en polaco, lucía pelo rapado, colgante metálico raperillo, camiseta Nike y, sobre todo, la saludable lozanía de sus 20 años.
Dos años y medio después, este miércoles 2 de octubre de 2013, alrededor de las 14.00 horas, un joven de 23 años llamado Piotr Piskozub y originario de Swidnica, Polonia, moría desfallecido en un sofá del albergue municipal de Sevilla junto a los compañeros de indigencia que hacían cola para entrar al comedor.
Medía 1,75 metros, pero al morir pesaba sólo 30 kilos (como un niño de siete años), apenas podía ponerse en pie y estaba destruido por el alcoholismo que padecía, que no era vicio, sino enfermedad. Quienes lo vieron lo recuerdan como un cadáver andante. Desnutrido y deshidratado. Estaba en los huesos, como si hubiera salido de Auschwitz.
Aun así, ese mismo día, a las 2.00 de la madrugada, en el hospital Virgen del Rocío de Sevilla le habían dado el alta apenas dos horas después de que lo llevara allí la ambulancia que acudió a la llamada de vecinos, que alertaron de la presencia de un joven en un estado lamentable tirado en la acera de la avenida República Argentina. En lugar de ingresarlo, desde el hospital avisaron a los servicios sociales de emergencia del Ayuntamiento para que se lo llevaran al albergue. Decisión que ha abierto una polémica de alcance nacional y ha obligado a la Consejería de Salud de la Junta de Andalucía y al Defensor del Pueblo Andaluz a abrir sendas investigaciones acerca de si hubo negligencia.
El Juzgado de Instrucción 5 de la ciudad ha abierto diligencias y el Gobierno ya ha localizado a la familia en Polonia. El forense, en su informe inicial, ha dictaminado que, clínicamente, la causa última de la muerte de Piotr fue una bronconeumonía. Pero es obvio que eso sólo fue la puntilla.
Piotr se dejó morir y a Piotr lo dejaron morirse, no el miércoles, cuando lo largaron del hospital, sino todos los días que pasaron desde que hace un año y medio o dos, a lo sumo, se vino de Polonia a Sevilla. Un tiempo en el que completó su destrucción sin que ni él mismo ni nadie con capacidad para ello lo impidiera.
Día tras día, miles de personas lo vieron (o no lo vieron) al pasar a su lado por la acera cubierta de soportales de la avenida República Argentina, donde él gastaba los días y las noches, tirado la mayor parte del tiempo en el suelo junto a un tetrabrik o una botella de vino tinto. Se solía poner junto al portal del bloque 27B, entre el supermercado Opencor y el Día, señalaba ayer una mujer española que pide limosna desde hace años a la puerta del segundo local. La noche en que lo recogieron estaba a unos metros en la misma acera, junto al McDonald’s y el portal del edificio donde está la delegación andaluza de EL MUNDO.
Era ayuda, arraigo, cuidados lo que le faltaba, porque la comida que le daban los que se apiadaban de su cadavérico estado (un paquete de galletas, un sándwich, un bote de leche, dos yogures de fresa) la tiraba, la regalaba a otros colegas de calle o la dejaba allí. Era como si ya no pudiera ingerir y asimilar alimentos (de hecho, en sus últimas horas de vida en el albergue le ofrecieron papilla de galletas y leche que apenas probó). «La comida que dejaba él, luego iba yo y la cogía para mis niños», dice la mujer, que vive en una chabola junto al Guadalquivir. Dentro del Día, varias cajeras y un cajero, más o menos de la edad de Piotr, están conmovidos con la noticia. «¡Si cuando llegó al principio tenía hasta mofletes!», dice el joven empleado para resumir cómo el zombie de los últimos días llegó hacia el verano de 2012 siendo un chaval de apariencia sana.
Cuentan que las monedas que le daba la gente las gastaba todas en comprar vino tinto. Una encargada recuerda que una de las últimas veces compró una botella de dos litros de vino Castillo de Velasco, que vale 2,07 euros, y que se tambaleaba apoyándose en las estanterías, a punto de derrumbarse, no tanto porque estuviera borracho sino porque estaba sin fuerzas. «Daba pena. ‘Mira cómo está’, decíamos». También recuerda que tenía que vigilarlo cuando entraba porque alguna vez intentó hurtar una lata de conservas o una botella de vodka. Pero eso fue antes de que, en septiembre, su ya extrema delgadez de meses anteriores se convirtiese en una agonía de muerto viviente.
Sentados enfrente en el bordillo, un compatriota polaco y su amiga rusa leen vorazmente varios periódicos que hablan de la noticia de Piotr. La pareja, que sobrevive durmiendo en la calle, explica que Piotr vino a Sevilla porque tenía aquí a su hermano (que ya se volvió a Polonia) y un amigo de éste de su misma ciudad, Gregori. La mujer cuenta que hace dos meses ella misma llamó a emergencias para que se llevaran a Gregori al hospital porque estaba alcoholizado, sufría un grave trastorno mental y «se hacía caca encima». A él, insisten, sí lo dejaron ingresado en el Virgen del Rocío y de allí lo derivaron a «un centro»; a Piotr le dieron el alta en Urgencias. La pareja precisa que Piotr estaba consumido pero «no estaba loco». Con una sonrisa piadosa, recuerdan que ellos y el puñado de indigentes polacos que viven por aquí ganándose unas monedas como aparcacoches le llamaban «Schwarzenegger». «Su brazo era como mi muñeca», dice su compatriota.
Recuerdan también que cuando aún tenía fuerzas se iba a la calle Esperanza de Triana a aparcar coches por la propina, pero que lo dejó por falta de fuerzas y se limitaba a pasar el día tirado en la acera, sin ningún cartel, esperando una limosna por la simple presencia de las rodillas esqueléticas que asomaban por sus pantalones cortos. La rodilla izquierda se la había destrozado en Sevilla al caerse. En el supermercado lo recuerdan las últimas semanas sucio y maloliente. Hay cerca, en la calle Pagés del Corro, un comedor social religioso con duchas, pero él no tenía fuerzas ni para dar 20 pasos seguidos, recuerda su amiga rusa.
La mayor parte del tiempo estaba solo, al margen de sus paisanos, acompañado sólo por otro enfermos de alcoholismo llamado Lukasz.
El polaco que lee el periódico corrige a los periodistas y aclara que no se llamaba Pietr, como habíamos escrito, sino Piotr, y precisa que era de Swidnica. Esos datos permiten localizar en internet al joven sonriente de la foto con su novia, paralizado desde hace dos años, cuando quizás comenzó su derrumbe. No era un chico de extracción marginal: sus 27 amigos de Facebook son la mayoría familiares con aspecto de gente de clase media. Con la foto en la mano, volvemos a la calle: las cajeras y porteros lo reconocen de inmediato. «Es él». Admiten que el cadáver andante que murió sin documentación en los bolsillos seguía siendo, pese a todo, Piotr. «Parecía un niño, me recordó a mi hijo», dice María José, una trabajadora que lo vio a veces al pasar por la acera. Tras ver la foto, añade con amargura: «Ahora pienso que podría haber hecho algo más que compadecerme de él. Y eso lo pensará más gente que lo ha visto ahí tirado día tras día». Hasta que fue tarde.
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